El Viejo Topo | nº453 | Octubre 2025

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4 Los costos planetarios de la inteligencia artificial

POR INFOAUT

14 El Poder se escribe con mayúscula Entrevista a Esteban Hernández

POR GENÍS PLANA

22 2. La Larga Marcha no ha terminado POR HIGINIO POLO

29 DOSIER:

Argentina: El laberinto del siglo Coordinado por Javier Enríquez

30. El insulto como estrategia política

POR JAVIER PANIAGUA FUENTES

38. Argentina en la entrucijada

El colapso de los consensos y el ascenso de la ultraderecha

POR JORGE ALEMÁN LAVIGNE

42. Hacia una aristocracia igualitaria POR JORGE MORUNO DANZI

49. Entrevista a Carlos Rodríguez Braun POR JAVIER ENRÍQUEZ ROMÁN

55 FILOSOFA, QUE ALGO QUEDA Nadie a la izquierda POR MIGUEL CANDEL

58 CINE: Carla Simón Romería

POR JAVIER ENRÍQUEZ ROMÁ

62 LIBROS

Portada creada por IA

EL VIEJO TOPO , revista mensual. DIRECCIÓN : Miguel Riera Montesinos. CONSEJO EDITORIAL : , Javier Aguilera, Miguel Candel, Javier Enríquez, Manolo Monereo, Félix Pérez, Genís Plana, Miguel Riera Cabot DISEÑO : Elisa Nuria C. Edita: Ediciones de Intervención Cultural, S.L. (Barcelona). Imprime: Gráficas Gómez Boj. ISSN Papel: 0210-2706, ISSN Internet 2938-7388. Depósito Legal B-40.616-76. Impreso en España. El Viejo Topo no retribuye las colaboraciones. La redacción no devuelve los originales no solicitados, ni mantiene correspondencia sobre los mismos. L os colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. La revista no comparte necesariamente las opiniones firmadas de sus colaboradores.

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Los costos planetarios de la inteligencia artificial

La implantación y desarrollo de la IA es ya absolutamente imparable. Pero no es oro todo lo que reluce. Este informe de Infoaut pone al descubierto la verdadera naturaleza de esta IA, la que los centros de poder del capitalismo realmente existente están desarrollando, y cuáles son sus consecuencias.K

“La inteligencia artificial no es ni artificial ni inteligente”. h~íÉ=`ê~ïÑçêÇI Atlas de IA

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Hoy en día, la Inteligencia Artificial (IA) suele presentarse como una fuerza abstracta, inevitable, casi natural. Se describe con tintes míticos: una entidad autónoma y neutral capaz de aprender, tomar decisiones e incluso «pensar». Sin embargo, esta representación oculta su verdadera naturaleza: la IA no es magia ni una criatura independiente. Es un artefacto técnico, económico y social, construido por humanos en contextos específicos, con objetivos precisos.

Los sistemas de IA no «comprenden» el mundo en el sentido humano de la palabra. Carecen de consciencia, intenciones o percepción. Funcionan recopilando y procesando enormes cantidades de datos, aplicando modelos estadísticos para identificar patrones, correlaciones y probabilidades, categorizando, clasificando, prediciendo y automatizando. En este proceso, las dimensiones complejas, relacionales y contextuales de la vida suelen reducirse a puntos de datos estandarizados y objetivos de eficiencia. Lo que no se puede cuantificar suele excluirse; lo que no se puede predecir, a menudo se devalúa. La IA, por lo tanto, no es una entidad neutral. Es un sistema diseñado, entrenado y evaluado a través de decisiones humanas. Y es precisamente a partir de estas decisiones que debemos comenzar a comprender sus costos, no solo computacionales, sino también ecológicos, sociales y políticos.

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Detrás de la aparente inmaterialidad de la Inteligencia Artificial –asistentes virtuales, generadores de imágenes, coches autónomos, sistemas de reconocimiento facial y selección de objetivos en escenarios de guerra– se esconde una colosal infraestructura material.

La IA reside en centros de datos, servidores, cables submarinos, satélites, baterías y sensores. Toda operación que parece tener lugar en el espacio depende de un ciclo de extracción que comienza en la Tierra: litio, cobalto, níquel, cobre, silicio. La industria de la IA es inseparable de las cadenas de suministro globales marcadas por la explotación humana, la desigualdad geográfica y los devastadores impactos ambientales.

Debido, en parte, a la creciente demanda de tecnologías de inteligencia artificial, la búsqueda de nuevas fuentes de materiales críticos se ha acelerado a un ritmo sin precedentes. Este proceso no solo amenaza ecosistemas frágiles y complejos, sino que también pone en grave peligro las culturas y la supervivencia de las poblaciones locales, especialmente en los países del Sur Global.

Algunos ejemplos se encuentran en el África meridional y subsahariana, en la República Democrática del Congo, donde se extrae más del 70% del cobalto mundial, o en países como Madagascar, Mozambique y Sudáfrica, dedicados a la extracción de grafito y tierras raras. Sudamérica, con el «triángulo del litio» –que incluye a Argentina, Bolivia y Chile– en el centro

de un auge minero, no obtiene beneficios económicos reales de la minería. Las comunidades locales no obtienen beneficios, sino que sufren sus consecuencias en términos de contaminación del agua, deforestación y conflictos armados alimentados por la obtención del control de los recursos. Estos fenómenos revelan cómo la transición tecnológica y digital global está reproduciendo profundas desigualdades, trasladando una vez más la carga ambiental y social a las comunidades más vulnerables.

Además, los países industrializados, con Europa a la cabeza, están mostrando un apetito tan voraz por estas materias primas que ahora buscan extraerlas dentro de sus propias fronteras. Así, la extracción de materias primas críticas en Europa se presenta no solo como una opción geopolíticamente más segura, sino también como un punto de inflexión ético en comparación con la explotación de recursos en los países del Sur global. Tras esta narrativa aparentemente virtuosa, existe en realidad una profunda continuidad con las lógicas de poder y apropiación del pasado. Las ubicaciones y las justificaciones pueden cambiar, pero el paradigma sigue siendo el mismo: asegurar el control de los recursos, dondequiera que se encuentren, para mantener una ventaja estratégica en una economía global cada vez más competitiva y voraz.

agua y los suelos agrícolas están contaminados con metales pesados y otros contaminantes.

Todo esto permanece en gran medida excluido del debate público. El extractivismo que sustenta la IA suele estar geográficamente distante de los centros donde se diseña, se vende o se debate. Esta distancia genera una forma de dislocación epistémica y ambiental que alimenta la ilusión de la inmaterialidad de lo digital y dificulta comprender el verdadero coste humano y ecológico de su producción.

Los métodos de extracción suelen ser extremadamente invasivos. La minería a cielo abierto implica la extracción masiva de tierra y vegetación, mientras que la minería subterránea plantea problemas de inestabilidad e infiltración del terreno. La extracción de tierras raras transforma vastas áreas en paisajes lunares, con graves impactos en la salud de las comunidades locales debido al polvo tóxico y la liberación de radionucleidos. Además, para extraer los recursos, es necesario facilitar el acceso a los territorios. Esto implica la construcción de carreteras, plantas de tratamiento y oleoductos. Estas infraestructuras, a menudo impuestas sin consulta previa, transforman áreas ecológicamente intactas en distritos industriales.

Una vez extraídas, las materias primas deben refinarse. Este proceso requiere grandes cantidades de agua, energía y productos químicos agresivos. Los residentes cercanos a los principales centros de refinación de tierras raras padecen enfermedades respiratorias, cáncer e infertilidad, mientras que el

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El impacto de la IA no termina con la extracción de materias primas: la fabricación de semiconductores (componentes esenciales de cualquier dispositivo habilitado para IA) es también una de las actividades industriales más complejas, con mayor consumo de energía y contaminantes. Sin embargo, esta fase de la cadena de producción a menudo permanece marginada en la atención del público y los medios de comunicación, eclipsada por el atractivo de los productos terminados o la promesa de innovación. La producción de una sola oblea de silicio de 30 cm puede requerir hasta 8.000 litros de agua ultrapura, lo cual es esencial para garantizar la extrema precisión de los procesos. En general, el sector de los semiconductores consume aproximadamente 40 mil millones de litros de agua al año (Silicon Valley Water Association), con enormes impactos en términos de estrés hídrico, consumo de energía y producción de residuos químicos. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), se espera que la demanda de minerales para tec-

Mina de litio

nologías digitales y verdes se cuadruplique para 2040.

Tras la producción, los microchips se envían para su ensamblaje a grandes plantas ubicadas principalmente en Asia: China, Malasia y Vietnam representan actualmente más del 50 % de la capacidad mundial en este campo (OCDE, 2023). Estos centros de producción atraen inversiones gracias a sus bajos costos laborales y regulaciones laxas. Sin embargo, tras el mito de la «fábrica eficiente» se esconde una realidad de salarios mínimosI jornadas extenuantes y ausdencia de derechos. Según Human Rights Watch, muchos trabajadores del sector electrónico trabajan en condiciones de alto estrés, sin protección sanitaria ni de seguridad, y con pocas oportunidades de mejorar sus condiciones

El entrenamiento de los llamados modelos de lenguaje de gran tamaño (LLM), como GPT o PaLM, requiere el procesamiento de enormes cantidades de datos (archivos digitales completos, millones de sitios web, libros, imágenes, conversaciones) de los que empresas privadas se apropian indebidamente, sin ningún límite ni consentimiento. Esto se realiza mediante cálculos repetidos en enormes clústeres de GPU (unidades de procesamiento gráfico de alto rendimiento), ubicados en centros de datos que consumen enormes cantidades de energía y agua.

Las personas no son usuarios a quienes servir, sino recursos a explotar

Antes de llegar a las tiendas y a nuestras manos, los dispositivos inteligentes se prueban y empaquetan en centros como Shenzhen (China), Chennai (India) y Guadalajara (México). Aquí es donde se verifica la calidad, se empaquetan los productos finales y se prepara su lanzamiento global.

Cada etapa añade una capa adicional a la red de producción: un sistema logístico e industrial hipercomplejo, donde el tránsito entre continentes está marcado por algoritmos, contratos y zonas francas. Una red en frágil equilibrio, constantemente expuesta a crisis geopolíticas, pandemias, sanciones comerciales y guerras.

El resultado de esta larga cadena es un ecosistema productivo que consume recursos y devasta territorios, consecuencia directa de una dinámica propia del capitalismo: los actores responsables, movidos por una visión miope y obtusa, ignoran deliberadamente las consecuencias para maximizar ganancias de corto plazo.

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El entrenamiento de modelos de IA es una de las operaciones computacionales más costosas e impactantes del mundo actual. Es donde los sistemas «aprenden» a reconocer imágenes, comprender el lenguaje e imitar el comportamiento humano, pero ¿a qué precio?

Según un estudio de la Universidad de Massachusetts, entrenar un solo modelo lingüístico puede emitir más de 284 toneladas de CO2. Una investigación más reciente, publicada en Nature Machine Intelligence, reveló que su consumo de electricidad puede superar al de ciudades europeas promedio, especialmente si se alimentan con combustibles fósiles

Esta fase también implica un consumo significativo de agua. Los centros de datos que albergan servidores de IA requieren sistemas de refrigeración constante. Según Google, solo en 2022, sus centros de datos consumieron más de 21.000 millones de litros de agua para mantener la infraestructura a temperaturas óptimas.

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Mientras que la «máquina pensante» se exalta en los centros del capitalismo tecnológico, la realidad material del trabajo vivo que posibilita la inteligencia artificial se oculta deliberadamente. La IA no es producto de una generación espon-

Viaje al futuro

tánea de innovación, sino una tecnología construida sobre trabajo humano sistemáticamente devaluado. Tras estos algoritmos se esconde una fuerza laboral global fragmentada e invisible, empleada en formas de trabajo digital que reproducen las mismas dinámicas de explotación del capitalismo industrial, pero a escala planetaria.

Millones de trabajadores, ubicados en países como Kenia, India, Venezuela y Filipinas, realizan tareas esenciales para entrenar los modelos: anotan datos, clasifican imágenes, transcriben textos, filtran contenido violento o sexual y emiten juicios que guían lo que los modelos «aprenden». Se trata de mano de obra alienada, fragmentada y descualificada, desprovista de valor y entregada a grandes plataformas de IA.

Este ejército digital-industrial trabaja en condiciones precarias, sin protección ni contratos estables, y a menudo por salarios irrisorios. Su desinterés en el producto final es total: a pesar de desempeñar un papel fundamental en el entrenamiento de «inteligencias» artificiales, no tienen control ni reconocimiento sobre el valor que producen.

Otro aspecto fundamental, a menudo pasado por alto, es que el «mundo» que aprende una máquina no es objetivo ni neutral, sino producto de categorías, juicios e ideologías dominantes. Los sistemas de inteligencia artificial no aprenden de la realidad misma, sino de datos preexistentes que reflejan relaciones sociales, históricas y culturales ya marcadas por las desigualdades. Podríamos decir que la IA internaliza la ideología de la clase dominante, naturalizando criterios y valores que distan mucho de ser universales.

Antes siquiera de preguntarnos si una máquina debería poder «juzgar» a un pez –o a cualquier otra cosa– por su apariencia, deberíamos preguntarnos quién decide qué es relevante, qué es correcto, qué es normal. La máquina simplemente replica, a escala automatizada, decisiones humanas preexistentes, a menudo impulsadas por razones de eficiencia, control y estandarización.

En otras palabras, la IA no solo automatiza los procesos cognitivos, sino también los prejuicios, exclusiones y visiones del mundo propias del contexto histórico y social en el que se construye. Es el triunfo de la ideología en forma de código: la apariencia de racionalidad técnica enmascara profundamente las decisiones políticas. Así, lo que parece una simple «clasificación automática» es en realidad la extensión de una forma de dominación.

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En el contexto de producción contemporáneo, la IA se presenta como una herramienta para simplificar, asistir y liberar a los trabajadores de las tareas repetitivas. En realidad, reduce las tareas a funciones mecánicas y estandarizadas, desprovistas de contenido humano y subjetividad. Las habilidades se devalúan y los trabajadores se vuelven cada vez más intercambiables, subordinados al flujo constante de comandos generados por sistemas algorítmicos.

En los lugares de trabajo digitalizados, desde las líneas de montaje hasta los centros de llamadas, la autonomía se disuelve. El algoritmo asigna tareas, tiempos, métodos y juzga el rendimiento. No se trata solo de un caso de eficiencia técnica, sino de una forma avanzada de alienación, en la que ya no solo se disciplina el cuerpo, sino también el pensamiento. Como observó Shoshana Zuboff, no solo nos enfrentamos a una mecanización de los cuerpos, sino a una verdadera automatización del pensamiento. El trabajo cognitivo –la capacidad de decidir, evaluar, adaptarse– se transfiere progresivamente al sistema informático. Ya no es el trabajador, el repartidor o el operador del centro de llamadas quien gestiona su propia actividad: es la máquina la que dicta cada paso, reduciendo al trabajador a ejecutor silencioso.

Es una forma de sumisión cognitiva al capital, disfrazada de progreso

El repartidor no puede elegir la mejor ruta: la aplicación se la asigna, calculando tiempos y prioridades basándose en una lógica que escapa a su control. De forma similar, en los centros de clasificación de Amazon los trabajadores de logística están sujetos a un implacable control algorítmico: sus escáneres no solo indican qué paquete recoger y dónde colocarlo, sino que monitorizan constantemente los tiempos de ejecución, señalando incluso la más mínima desviación de los estándares preestablecidos. Este sistema no deja margen para decisiones autónomas, como optimizar sus movimientos o gestionar pausas inesperadas, transformando cada gesto en un eslabón de una cadena determinada por la inteligencia artificial. El operario no construye un discurso basado en conversaciones reales: sigue un guion generado por un algoritmo que optimiza la eficiencia y los resultados. En ambos casos, se degrada la capacidad de pensar de forma independiente, de improvisar y utilizar la experiencia. La inteligencia

no desaparece, sino que se le expropia al trabajador y se reasigna a la máquina, que se convierte en el verdadero cerebro operativo del proceso de producción.

Esta lógica produce dependencia funcional: cuanto más guía, corrige y anticipa la IA, más se libera el trabajador del esfuerzo y se desacostumbra a la autonomía. Con el tiempo, el propio intelecto se atrofia, en lo que algunos académicos llaman «regresión cognitiva»: habilida des antes comunes – orientación, elección, razonamiento– se pierden bajo la presión de sistemas que «simplifican» para nuestro beneficio. Es una forma de sumisión cognitiva al capital, disfrazada de progreso.

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Incluso en el ámbito de la educación y la formación, esta lógica es ya una realidad consolidada. Las tecnologías de inteligencia artificial se introducen con la promesa de hacer el aprendizaje más personalizado y accesible, pero en la práctica contribuyen a la estandarización del pensamiento, la uniformidad de los currículos educativos y la limitación de la libertad de aprender críticamente. La IA, presentada como catalizadora del conocimiento, acaba transformando el proceso de aprendizaje en una mera transmisión de información predigerida, reduciendo el espacio para la reflexión independiente y la construcción personal del conocimiento. Los sistemas de tutoría automatizada, la evaluación predictiva y la escritura asistida no valoran el error creativo, la experimentación ni la ambigüedad; por el contrario, tienden a guiar a los estudiantes hacia respuestas ya reconocidas como correctas, reproduciendo modelos consolidados y desalentando cualquier desviación de la ruta «óptima» definida por el algoritmo.

Un claro ejemplo es el creciente uso de plataformas educativas como Khan Academy, que ahora integra un asistente de IA (Khanmigo) para guiar a los estudiantes con sus tareas. La inteligencia artificial sugiere respuestas, guía la solución de ejercicios y advierte a los estudiantes cuando se desvían demasiado del camino previsto. Aunque se presenta como una guía, en realidad canaliza el aprendizaje hacia patrones preestablecidos, lo que limita la posibilidad de enfoques alternativos o razonamientos no convencionales. Quienes se salen del

modelo –quienes piensan lateralmente, quienes formulan hipótesis inusuales– son corregidos o encaminados de nuevo hacia el camino correcto.

Así, las instituciones educativas se transforman cada vez más en lugares de formación para la conformidad. La enseñanza se somete cada vez más a la lógica de la optimización: aprender ya no significa explorar, equivocarse y construir los propios procesos de pensamiento, sino adherirse a un modelo ideal predefinido, con el riesgo real de formar individuos capaces de ejecutar, pero cada vez menos aptos para cuestionar críticamente la realidad.

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La delgada línea entre usar y ser usado se difumina rápidamente cuando las herramientas tecnológicas, en lugar de concienciarnos, nos suplantan en el proceso de reflexiónK Esta dinámica amplifica el poder del capital a expensas del poder humano. Las evaluaciones y directivas emanan de sistemas algorítmicos opacos, inmunes a cualquier forma de cuestionamiento. El trabajador queda así en un estado de impotencia, sujeto a una máquina que arbitra su destino laboral –evaluando, sancionando y asignando tareas– sin transparencia ni posibilidad de refutación.

Las empresas respaldan la adopción de estos sistemas invocando eficiencia y equidad. Sin embargo, en la práctica, los algoritmos suelen reproducir e incluso exacerbar las desigualdades preexistentes. Una investigación conjunta del MIT y

Un poster que simula la tecnología de reconocimiento facial durante una exhibición en China en 2018.

Stanford reveló cómo los sistemas algorítmicos de programación penalizan sistemáticamente a los trabajadores con responsabilidades familiares o discapacidades, etiquetándolos como «menos disponibles» y, en consecuencia, «menos productivos».

La dirección es clara: la inteligencia artificial está reconfigurando el trabajo en una sucesión de microcomandos, ejecutados por humanos bajo vigilancia constante. Esta evolución nos lleva hacia un horizonte aún más preocupante: una sociedad en la que los individuos no solo renuncian a su poder de decisión, sino que están sujetos a vigilancia, evaluación y categorización constantesK Cuando nuestro sentido crítico se nubla, la sumisión al control disfrazado de progreso se convierte en una realidad aceptable.

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Como hemos visto, las aplicaciones de la inteligencia artificial no son simplemente herramientas para la eficiencia técnica: son dispositivos políticos que fortalecen el poder de quienes mandan y disciplinan a quienes están sometidos. En muchos contextos –desde escuelas hasta tribunales, desde ciudades hasta fronteras–, la IA se utiliza para monitorear, clasificar y castigar. El poder de observar se transforma en el poder de decidir, sin transparencia, sin apelación, sin control.

Los sistemas de reconocimiento facial, cada vez más extendidos en espacios públicos y privados, no reconocen a todos por igual. Según un estudio de 2018 del MIT Media Lab, el principal software comercial identifica correctamente casi todos los rostros de hombres blancos, pero falla hasta en un 35% de los casos cuando se trata de mujeres negras. Esto no es un fallo aleatorio: es la reproducción automática de una jerarquía racial inscrita en los datos y las estructuras de poder que la generan.

La IA está redefiniendo la naturaleza misma de la guerra.

Lo mismo ocurre con algoritmos predictivos, como COMPAS, utilizados en Estados Unidos para evaluar la peligrosidad de los acusados y predecir su probabilidad de cometer nuevos delitos. Según una investigación de ProPublica, COMPAS sobreestima el riesgo para las personas negras (más del 45% del tiempo) y lo subestima para las personas blancas (solo el 23% del tiempo), perpetuando el racismo sistémico. Cuando algoritmos como estos se entrenan con datos policiales y judiciales, el resultado es inevitablemente la codificación de los sesgos pasados. Esto significa que las prácticas discriminatorias, como las detenciones más frecuentes para minorías o las sentencias más severas, se internalizan, generando decisiones automatizadas que, aunque aparentemente objetivas, perpetúan dichas desigualdades. Esta automatización del prejuicio es parte integral de un sistema que utiliza la tecnología para fortalecer el control sobre las clases populares. Es la cara «neutral» de la represión, una nueva forma de gobernanza algorítmica que reemplaza la violencia explícita con la arbitrariedad silenciosa de las máquinas.

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Detrás de todo esto se encuentra una lógica económica: el capitalismo de vigilancia. Un modelo descrito por la experta Shoshana Zuboff, según el cual las tecnologías digitales no solo recopilan datos, sino que transforman cada aspecto de la experiencia humana en materia prima extraíble, analizable y comercializable.

En el corazón de esta lógica económica se encuentra un mecanismo sistemático para extraer información de la vida cotidiana. Cada clic, cada ruta GPS, cada palabra hablada o escrita, cada latido registrado por un dispositivo portátil, cada expresión facial grabada por una cámara de video se convierte en materia prima para entrenar y refinar sistemas de inteligencia artificial.

Este proceso se asemeja a la dinámica del colonialismo histórico: así como antiguamente se extraían oro, carbón y petróleo de los territorios conquistados, hoy en día también se extraen emociones, pensamientos, hábitos y características biométricas de la vida de las personas, a menudo sin su conocimiento. Esto es lo que algunos llaman «colonialismo de datos» o «colonialismo digital».

El militarismo digital es la cara armada del neoliberalimo

En este escenario, las personas no son usuarios a quienes servir, sino recursos a explotar. Nuestros comportamientos se convierten en «activos extraíbles», mientras que la inteligencia artificial se nutre de lo que somos y hacemos.

Este sistema se basa en una ilusión de consentimiento. En teoría, los usuarios autorizan la recopilación de sus datos. En la práctica, este consentimiento suele ser forzado, ambiguo o manipulado. Las solicitudes de permiso son vagas, se ocultan en términos de servicio largos e ilegibles, y se aceptan apresuradamente para acceder a una función o seguir usando una aplicación. Más allá del consentimiento distorsionado, existe un nivel aún más sutil de recopilación de datos: invisible y pasivo. Dispositivos con micrófonos y cámaras siempre activos, sensores biométricos, cookies de seguimiento, identificadores publicitarios ocultos. Todas estas herramientas siguen recopilando datos incluso cuando no interactuamos directamente con algún servicio o el smartphone, lo que contribuye a la creación de perfiles detallados y persistentes.

El resultado es un mundo donde la vigilancia se ha convertido en parte de la infraestructura cotidiana, tan arraigada que pasa inadvertida. La privacidad ya no es la norma, sino una condición excepcional, a menudo costosa o técnicamente compleja de lograr. Y a medida que nuestras identidades digitales son construidas, analizadas y vendidas por terceros, la posibilidad de ejercer un control real sobre la propia identidad digital está desapareciendo.

Ya no somos solo usuarios, sino objetos de cálculo, objetivos publicitarios y sujetos monitoreados. Cuanto más se automatizan la recopilación y el análisis de datos, menos espacio hay para la conciencia individual y la libertad colectiva. Los beneficios –poder económico, ganancias, capacidad predictiva, vigilancia– se concentran en manos de unos pocos actores globales. Sin embargo, los costos –en términos de privacidad, autonomía y dignidad– se socializan y recaen sobre la comunidad

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La inteligencia artificial no solo está cambiando nuestra forma de vivir, trabajar y comunicarnos. También está redefiniendo radicalmente la naturaleza misma de la guerra. Hemos entrado en una nueva era de conflicto en la que el software predictivo, las armas autónomas, la vigilancia total y la ciberguerra ya no son escenarios futuristas, sino que se están convirtiendo rápidamente en prácticas operativas consolidadas.

Uno de los aspectos más inquietantes es la creciente delegación de decisiones letales a sistemas de IA. Las armas autó-

nomas letales (LAWS) pueden seleccionar y atacar objetivos sin intervención humana significativa, basándose en criterios codificados en algoritmos opacos e inaccesibles. La vida humana se decide mediante un algoritmo, sin margen para la duda, la piedad ni el contexto. Es la violencia del capital en forma algorítmica, donde la guerra se gestiona como un cálculo, y la eliminación del enemigo –a menudo un migrante, un rebelde o un civil– se convierte en una función ejecutable.

¿Quién rinde cuentas cuando una bomba inteligente impacta en una escuela o un mercado? Nadie. La responsabilidad se disuelve en una cadena opaca de decisiones automatizadas, envuelta en secretos militares y propiedad intelectual. Los humanos son excluidos del proceso de análisis y toma de decisiones, pero siguen siendo los perpetradores y, a menudo, las víctimas.

La IA militar no es solo un problema moral: es el resultado directo de un sistema que monetiza la guerra y organiza la muerte a escala industrial. El militarismo digital es la cara armada del neoliberalismo, donde la automatización de la violencia sirve para proteger los intereses geopolíticos, económicos y coloniales de las potencias dominantes.

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Un ejemplo significativo del uso agresivo y sistemático de la IA en la guerra proviene del conflicto en Gaza. Según una investigación de The Guardian y otras fuentes, desde el 7 de octubre de 2023, Israel ha estado desplegando masivamente sistemas de IA para identificar objetivos humanos.

El algoritmo decide, el humano ejecuta

Uno de estos sistemas, conocido como «Lavender», aumentó el número de objetivos alcanzados de aproximadamente 50 al año a 100 al día, basándose en una clasificación algorítmica de presunta pertenencia o proximidad a grupos combatientes. El re sul tado: miles de muertes de civiles consideradas «daños colaterales aceptables», dentro de un sistema automatizado que opera con criterios de eficiencia en lugar de proporcionalidad o humanidad.

La adopción de la IA en el ámbito militar no se limita a los conflictos regionales. La propia OTAN ha anunciado el desarrollo de su Sistema de Detección Multidominio (MSS), con el apoyo de empresas privadas como Palantir Technologies, reconocida por sus herramientas de vigilancia y análisis predictivo.

Una de las ventajas declaradas de los MSS es la capacidad de acelerar drásticamente la toma de decisiones sobre el terre-

no mediante la integración de datos en tiempo real de múltiples dominios (tierra, aire, mar, espacio y ciberespacio). Sin embargo, esta  velocidad» en la toma de decisiones conlleva una pérdida de reflexión, contexto y responsabilidad individual, lo que puede conducir a errores devastadores, agravados por el sesgo de automatización o la tendencia humana a confiar ciegamente en las recomendaciones de las máquinas. El algoritmo decide, el humano ejecuta. Y la responsabilidad se disuelve.

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No nos enfrentamos a una simple modernización tecnológica de las fuerzas armadas: la militarización de la inteligencia artificial marca una discontinuidad histórica, un punto de inflexión en el concepto mismo de poder militar. Así como la bomba atómica marcó el siglo XX, la IA está llamada a convertirse en el arma estratégica por excelencia del siglo XXI.

Esta carrera no tiene nada que ver con la defensa fronteriza. Es más bien una lucha por la hegemonía global, en la que la superioridad tecnológica se traduce en dominación geopolítica, control de recursos y subordinación de los pueblos. Quien domine las aplicaciones militares de la IA –desde drones autónomos hasta inteligencia predictiva– obtendrá una ventaja que puede reescribir el equilibrio de poder internacional. La supremacía algorítmica opera en varios frentes:

La gestión operativa de conflictos, gracias a la capacidad de anticipar, simular y neutralizar amenazas en tiempo real, abre nuevas oportunidades para intervenciones preventivas, ataques de precisión y ciberguerra.

Control de la información, con la manipulación automatizada de los flujos mediáticos, noticias falsas y propaganda capaz de influir en elecciones y desestabilizar países enteros.

Disuasión algorítmica, donde la mera posesión de armas autónomas y sistemas de vigilancia total funciona como una herramienta de presión e intimidación a escala global.

Sobredeterminación geopolítica, imposición de estándares, venta de tecnología y creación de alianzas basadas en la dependencia de estos sistemas.

Estados Unidos, China y un puñado de otras potencias están invirtiendo sumas colosales en esta carrera armamentística. Universidades, empresas emergentes de doble uso, com-

pañías privadas como Palantir, Anduril y Leonardo, y centros de investigación financiados por los ministerios de defensa se están integrando en el nuevo complejo militar-industrial-digital, donde la investigación científica y la guerra se fusionan en aras del lucro y el control.

Este proceso tiene consecuencias profundas y devastadoras a nivel global: se abre una nueva brecha entre quienes controlan la IA militar y quienes la padecen. Mientras los países ricos consolidan su superioridad estratégica, muchos estados menos desarrollados se vuelven dependientes de tecnologías producidas en otros países, perdiendo aún más soberanía militar, informática e incluso cultural.

En territorios colonizados, en los márgenes del Sur global y en las periferias urbanas, la IA militar se prueba primero en quienes no tienen voz ni derechos: Gaza, un laboratorio de vigilancia total y asesinato automatizado, es solo un ejemplo. La lógica es brutal: quien controla el algoritmo, controla el planeta. Y como siempre, quienes pagan el precio son los de abajo: trabajadores, minorías, poblaciones colonizadas. No nos enfrentamos a un riesgo técnico, sino a una amenaza política, sistémica y estructural. Como en la Guerra Fría, estamos acumulando potencial destructivo. Pero a diferencia de las ojivas nucleares, la IA militar es invisible, desregulada, escalable y se multiplica silenciosamente.

La alternativa sólo puede ser política y colectiva: resistir el uso militar de la tecnología, desenmascarar la ideología de la “neutralidad” y construir modelos de investigación, cooperación y defensa radicalmente opuestos a la lógica de la dominación.

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La IA no es una fuerza natural, neutral ni autónoma: es una tecnología moldeada por decisiones políticas, económicas y culturales específicas. Por consiguiente, como la mayoría de las innovaciones, inevitablemente refleja y amplifica los equilibrios de poder existentes. La IA es una infraestructura global compleja, compuesta por centros de datos, contratos militares, plataformas privadas, algoritmos opacos, trabajo humano invisible, minerales extraídos en territorios explotados y decisiones políticas tomadas lejos de las personas. Es una red que encarna la lógica de la vigilancia, la extrac-

ción, el control y la desigualdad dentro de un sistema económico específico: el capitalista.

Tras la retórica de la eficiencia, la personalización y el progreso, la IA es, ante todo, una tecnología de poder: quién la posee, quién la gobierna, quién la soporta; el poder de unos pocos sobre la mayoría. El poder de decidir a quién se contrata y a quién se rechaza, quién recibe crédito y quién queda excluído, quién es un «riesgo» y quién es «confiable». Es una forma de gobernanza autoritaria que se presenta como objetiva, pero que reproduce –y a menudo amplifica– las mismas jerarquías de raza, género y clase que estructuran el capitalismo global.

No se trata del futuro, sino del presente. No es solo una cuestión técnica, sino profundamente política: no se trata de la política de partidos, sino de conflictos reales, de decisiones colectivas, de alternativas a la dominación. Mientras la inteligencia artificial sea desarrollada, gobernada y poseída por quienes ya ostentan el poder económico y militar, solo podrá servir para consolidar el orden existente y para disciplinar, reemplazar o silenciar a quienes trabajan, a quienes se resisten y a quienes se exceden.

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En una era donde la inteligencia artificial parece expandirse a todos los ámbitos de la vida –del trabajo a la educación, de la guerra a la sanidad–, urge romper el hechizo ideológico que la rodea. La IA es insostenible por definición, pues es producto directo de la lógica del capital: intensiva en energía, extractiva, centralizada y desigual.

fiQuién se beneficia de la expansión de la IA?

Quienes se benefician son las multinacionales tecnológicas, los complejos militaresindustriales y las potencias que dominan la infraestructura digital del planeta. El lenguaje de la eficiencia sirve para enmascarar un mayor control, la com presión del trabajo y la neutralización de la disidencia. Pero ¿qué beneficios reales aporta a la sociedad? ¿Mejora la IA la vida de todos o solo el margen de beneficio de quienes la controlan?

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¿Quién paga sus costos invisibles?

El costo real de la IA lo pagan quienes extraen minerales en el Sur global, quienes anotan y filtran datos por una miseria, quienes viven en zonas devastadas por centros de datos y quienes sufren perfiles discriminatorios. Lo pagan quienes ven su inteligencia reducida a información para algoritmos propietarios, quienes son excluidos de la toma de decisiones y vigilados en los procesos. Es un costo social, ecológico y humano.

¿Qué alternativas tecnológicas podemos imaginar?

Rechazar esta IA no significa rechazar la tecnología, sino el modelo económico que la rige. Podemos y debemos imaginar herramientas adaptadas a necesidades reales, desarrolladas colectivamente y de forma sostenible. Tecnologías que no extraigan valor, sino que lo devuelvan, que no vigilen, sino que conecten, que no deshumanicen, sino que potencien la cooperación.

La inteligencia artificial no es el destino. Es una elecciónK Y como cualquier elección, puede ser cuestionada, deconstruida y transformada. Para ello se requiere una nueva cultura política, capaz de descifrar el poder oculto en la infraestructura, y una nueva conciencia colectiva que reconozca esta tecnología no solo como un conjunto de herramientas, sino como un campo de batalla.

Reabrir la posibilidad de elegir qué tecnología queremos y para quién es un gesto profundamente político. Solo volviendo a centrar el conflicto social podremos reclamar un futuro no gobernado por las máquinas del capital, sino construido por la voluntad colectiva ■

Alex Karp, CEO de Palantir
Fotografías de Salomé Sagüillo

El Poder se escribe con mayúscula Entrevista a Esteban Hernández

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Empecemos por martillear ese hierro candente que muy pocos se atreven a agarrar. Afirmas que el eje político tradicional (izquierda-derecha) ya no sirve para comprender las líneas de fractura del mundo actual. Entonces, ¿sobre qué vectores se disputa la batalla política? —Es un hecho que las líneas de fractura política y los elementos que determinan el voto vienen marcados por un eje que está por encima del de izquierda y derecha, aunque éste perdure. Las rupturas en torno a líneas geográficas se reproducen en todo Occidente, con especificidades nacionales, pero de manera incesante. El más habitual, muy vinculado al eje centro-periferia, es el que enfrenta a las ciudades globales con el resto del país. Ocurre en EEUU, con las costas y el interior, en Francia, con París y la Francia rural de las pequeñas ciudades, en el Reino Unido… En Alemania, esa línea está trazada entre la antigua RDA y la RFA. En España, las últimas elecciones generales trazaron una separación clara alrededor de la línea del Ebro. En todas ellas, el elemento territorial es esencial.

Y sería en esas poblaciones pequeñas e intermedias, territorios interiores y periferias en declive donde se concentran los apoyos mayoritarios a las, así llamadas, extremas derechas…

—Para entender ese apoyo, hay que constatar un par de cosas. En primera instancia, los recursos en la era global han ido a parar, fundamentalmente, a las grandes urbes y han provocado un gran deterioro en muchas provincias. En España, esa línea del oeste interior, que abarca zonas de Galicia, León, Zamora, Salamanca es quizá donde más se aprecia. Hay zonas muy detenidas. Incluso en otras que pueden jugar un papel de conector, como Burgos, la sensación de decadencia está presente. Está Soria, está Teruel. Por no seguir. En todas esas zonas existe una percepción diferente. Incluso la gente que vive bien constata el deterioro del territorio. Pierden población, hay pocas oportunidades, los jóvenes se marchan o se quedan trabajando en el sector servicios, no hay inversión. Es lógico que busquen un revulsivo. Además, en los pueblos se tiene la sensación de que se prefiere que la población no permanezca, que se marchen; es como si sobrasen. No interesan a nadie, en realidad. Ese descontento tiene derivadas políticas diversas, y puede articularse a favor de las derechas trumpistas, de los nacionalismos periféricos en España, a favor de partidos localistas, como el Partido del Pueblo Leonés o Soria Ya, a favor de Vox (o incluso del PP, dado que gobierna el PSOE). Pero es un malestar que está

ahí, máxime cuando las esperanzas de esa gente han sido defraudadas de manera sistemática.

Es significativo, no obstante, que este descontento sea cada vez más de derechas. Salvo en casos como el BNG o Bildu, que tienen la especificidad nacional como bandera, no ha ido a parar a las izquierdas. Si pensamos en términos tradicionales de izquierda-derecha, sería esperable que las zonas con menor vigor económico eligieran a los partidos de izquierda, como ocurrió con Andalucía o Extremadura en el pasado. Ya no es así.

Asistiríamos a una reacción de los territorios al dominio económico y cultural de las ciudades globales. ¿Significa esto que la lucha de clases se está reconvirtiendo en lucha de territorios?

—Por lo general, cuando se subraya este cambio, que es inmediatamente apreciable, siempre hay quienes, dentro de las fuerzas progresistas, tuercen el gesto y se niegan a tomarlo en consideración, como si fuera una lectura que favoreciera los intereses de las extremas derechas. Pero eso es hacerse trampas. Las mismas izquierdas españolas viven un instante de fragmentación que es fundamentalmente territorial. BNG, ERC, Bildu, Compromís, Más Madrid, o incluso una IU cada vez más volcada en la región en la que tiene peso, Andalucía, son apuestas territoriales. El programa común consiste en intentar obtener más recursos del Estado para gestionarlos por sí mismos. Hay una idea muy marcada: si tenemos recursos suficientes y los gestionamos nosotros, el nivel de bienestar y las prestaciones públicas mejorarán. Al mismo tiempo, son fuerzas que remarcan las señas de identidad de su nación: ya sea la lengua o las tradiciones. Esa mezcla de identidad y énfasis en lo público no es rojipardismo, pero no se aleja mucho. No les gusta que se resalte esto, pero es lo que es.

Existe un descontento antisistema permanente

durante los años globales, con la constitución de clases sociales diferentes, y con la creación de un nuevo humor social que ha llevado a elementos ideológicos distintos. Las izquierdas, en general, han apostado hasta ahora por una continuidad del régimen liberal del mundo basado en reglas. Sus esfuerzos se centran en lograr que los ricos paguen más impuestos, en preservar cierta autonomía europea, en combatir el cambio climático, en promover la digitalización como sinónimo de modernidad y eficiencia, y en avanzar en derechos. Los partidos como el PSOE fijaron este ideario, una suerte de actualización de la socialdemocracia, y los partidos a su izquierda profundizan más en él. Trump ha venido a romper ese esquema. Las formaciones progresistas reaccionaron insistiendo más en él para hacer frente a Trump.

El territorio es más importante que el eje izquierda -derecha

La fragmentación a la izquierda del PSOE en formaciones que tienen en lo territorial su primera oferta (porque es lo que les permite afirmar un espacio propio), y el énfasis del PSOE en sus buenas relaciones con Cataluña y País Vasco, que son espacios fundamentales para preservar la mayoría en el gobierno, señalan cómo, en España, esa variable territorial es más importante que la de izquierda-derecha.

Y esto marca mucho la política, porque está directamente relacionado con la recomposición social que ha tenido lugar

Las derechas extremas occidentales, por su parte, se volvieron revolucionarias. Quieren transformar el sistema de manera profunda. Para ello, no han tenido más remedio, para conseguir fuerza electoral, que apelar al pueblo, pero no dibujado en abstracto, sino enraizado en su identidad nacional. En muchos casos, como hizo Trump en las elecciones, señalando que si se lograba que a EEUU le fuera bien, el estadounidense normal se beneficiaría de esa prosperidad. Los republicanos estadounidenses, que han sido una fuerza de transformación brutal de Occidente en los últimos 40 años (la secuencia es Reagan, Bush, Bush Jr., Trump I, Trump II) han relegado la economía del trickle-down o del derrame (si les va bien a los ricos, esa prosperidad terminará calando entre las poblaciones), por la economía del derrame nacional (si le va bien a vuestro país, la gente común aumentará su nivel de vida). Es improbable que esa promesa se cumpla, y más tras ver las acciones que ha llevado a cabo Trump desde que ha sido elegido, pero que sea o no exitoso su programa no debe apartarnos del análisis: ya ha dado un paso en otra dirección y, dado que es el país hegemónico en Occidente, obliga a todos los demás.

De manera que tenemos un eje territorial muy asentado en las elecciones de cada país, un momento internacional donde el poder y la fortaleza nacionales vuelven a ser muy relevantes, y una vía de salida al declive occidental que es buscada a través de las derechas populistas y extremas. Si se quiere hacer política hoy, hay que partir de aquí. Lo demás son engaños consoladores. Por supuesto, la tensión de siempre entre los intereses de

los muchos y los intereses de los pocos, entre las necesidades y aspiraciones de los muchos y los deseos de los pocos, continúa presente. Pero articular opciones políticas en torno a este eje requiere de una imaginación que en España no está presente.

Se busca en la nación la respuesta a la necesidad de refugio y protección. Sin embargo, también están en auge opciones políticas que, además de despreciar los vínculos de pertenencia nacional, aspiran a desmantelar el sistema de seguridades públicas. ¿Cómo podemos explicar el rugido de la motosierra liberal-libertaria?

—La salida a esta crisis de hegemonía que sufre EEUU se está buscando a través de un camino que une el desarrollo financiero estadounidense y sus tecnologías digitales. El desarrollo de Occidente en los años posteriores a la II Guerra Mundial vino por la unión entre la banca y la industria. El programa de Trump es que el desarrollo de EEUU sea impulsado por el shadow banking (hedge funds, private equity, fondos de gestión pasiva, capital privado), que es un entorno mucho menos regulado. Trump quiere liberar capital, ha dictado medidas muy

neoliberales y está impulsando una recomposición de la economía donde las tecnológicas, tanto las grandes como las que provienen del venture capital, como Palantir, tienen y tendrán una presencia crucial, y más con la IA.

Es fácil entender porqué las élites estadounidenses quieren ese programa, lo que implica una intervención significativa del Estado, a lo Carl Schmitt, para liberar el capital. Ese programa neoliberal llevado un paso más allá encaja también en unas élites europeas que ven en él una oportunidad de no perder demasiado en un cambio de rumbo que les resulte desfavorable. El rearme es, para Alemania y otros países europeos, una vía de salida que aprovecha a esas élites. Eso implica que los Estados deriven recursos públicos hacia ese sector, lo que supondrá extraerlos de otros.

Parece más complicado entender el porqué del apoyo entre clases medias y populares a un programa neoliberal acentuado. Si lo pensamos bien, que Milei haya ganado unas elecciones presidenciales es enormemente rupturista. Era un tipo con una motosierra que ofrecía indicios evidentes de disfuncionalidad. En otros momentos, si enfrente hubiera tenido una escoba, habría perdido las elecciones. Ahora no. Sin duda, las clases altas argentinas le dieron su apoyo, pero el hecho es que ganó en la mayoría de Argentina, y especialmente en sus provincias más pobres. Aquí hay una clave: existe un descontento antisistema permanente, y quien mejor y más claramente adoptó actitudes antisistema, aunque fueran como envoltorio, fue Milei. Ese deseo de cambio, basado en la convicción de que el sistema no funciona es un elemento electoral crucial en todo Occidente. Trump es esto.

Además, existe un cambio de mentalidad en Occidente. En sociedades con un componente aspiracional elevado y con escasos mecanismos reales de articulación política, se ha construido la idea de que lo colectivo es un problema, ya que constriñe y genera falta de libertad. En este sentido, la promesa de las derechas populistas de que irá mejor si se carga contra todos los obstáculos que el Estado coloca en el camino, y que por ese camino se genera crecimiento, funciona en sociedades individualizadas.

Sin embargo, el asunto más importante es la ausencia de un proyecto similar en la izquierda. Hay que tener en cuenta que, por más que digan los números macro, tuvimos ropa y móviles baratos con la globalización, pero a cambio todo lo necesario para la subsistencia (vivienda, alimentos, energía, transporte, incluso educación y sanidad) se ha vuelto caro o muy caro. Los ingresos no han crecido en proporción para una mayoría de españoles. Las derechas afirman que eso es

culpa de los impuestos y de la injerencia estatal. No es cierto, pero tampoco las izquierdas encaran el problema principal.

Hay, en efecto, una sensación cada vez más generalizada de que el sistema no funciona, de que el esfuerzo y el trabajo no garantizan ya los recursos necesarios para una vida confortable. Y es en ese contexto donde aparece el darwinismo social. Ahora bien, este individualismo competitivo ha sido igualmente potenciado por una nueva lógica económica: ¿Qué caracteriza la “economía fisurada” a la que refieres? —La sensación de que el sistema no funciona, en términos económicos, es esa diferencia entre lo que se necesita para vivir medio bien y lo que se obtiene. Pero va más allá. A mayor escala, cuando se produce un acontecimiento inesperado (sea la DANA, los incendios, una gran nevada), las estructuras de protección quedan al desnudo: de manera invariable se constata que no se han puesto recursos suficientes a la hora de prevenir, pero que tampoco los hay cuando hay que dar una respuesta rápida y adecuada, con lo que surge la idea de que, al final, es uno mismo quien tiene que solucionarse las cosas. Eso es muy dañino. Pero sucede también a pequeña escala, con un montón de perturbaciones que van desde la frecuencia de paso de los trenes de cercanías hasta las irritantes incomodidades que produce realizar cualquier gestión administrativa. También en el ámbito privado, la sensación de que se cuentan con menos medios de los necesarios en el trabajo es habitual. En fin, por distintos caminos, la idea de que las cosas no marchan bien penetra entre las poblaciones. Y a ello contribuyó una economía fisurada. En esencia, gracias a los nuevos medios técnicos y al deseo de generar más beneficios para los accionistas, las empresas se desprendieron de lo físico, de lo pesado, de la cercanía y de la importancia del territorio y de la mano de obra. Se recentraron en los conceptos, en la creatividad, el poder de lo simbólico, los derechos de propiedad industrial e intelectual, lo que no podía ocurrir sin procesos pro ductivos mu cho más concentrados y controlados. Eso condujo no solo a la separación física, económica y espacial de los ámbitos de gestión, por un lado, y los de producción, por otro, sino que contribuyó enormemente a separar a las grandes urbes del resto del territorio, dio forma a la globalización y llevó a una inversión que ya no prestaba atención a lo productivo. El elemento financiero jugó un papel esencial en este cambio.

Esta división, esta fisura, ha dominado la economía de las últimas décadas. Trump está implantando un nuevo modelo que radicaliza esta división. Su propósito de apostar gran parte del futuro económico a las grandes tecnológicas, al venture capital de Silicon Valley y al desarrollo de la IA está abriendo un hueco aún más profundo. Un ejemplo: cada vez que oigamos que la IA va a terminar con muchos puestos de trabajo, deberíamos prestar más atención; son afirmaciones que no contienen un pronóstico, sino un plan.

Cambiar

Tal vez un plan urdido por “los magos de la tecnología”, según la expresión que usas. ¿Sería Peter Thiel, cofundador de Palantir, el gran nigromante del aceleracionismo? ¿Cuál es su influencia en la derecha actual?

las reglas es la manera de conservar el poder

Muy elevada. Más allá de lo que puedan sugerir las construcciones teóricas de Thiel, a veces directas, a menudo farragosas, el ámbito del venture capital estadounidense ligado a Thiel, y en el que están Alex Karp o Marc Andreessen, está ayudando en gran manera a transformar EEUU y con él, el mundo. Palantir es la empresa que más ha ganado con la llegada de Trump en términos de capitalización.

En primera instancia, lo que Thiel y los suyos proponen es un salto adelante en el capitalismo. El capital de los grandes fondos de Oriente Medio, los fondos de pensiones anglosajones, que ahora pueden invertir, gracias a una orden de Trump, en el private equity y en los hedge funds (antes estaba prohibido, se limitaban a los valores que cotizaban en bolsa), y la activación enorme del shadow banking, ha tomado al ámbito tecnológico como próximo espacio de crecimiento. La IA está ahí de fondo. Pero, en segunda instancia, también promueven un cambio en las costumbres frente a un mundo que perciben anquilosado, sin energía, lleno de gente que se pasa la vida con los videojuegos y alienada por las redes. Sin necesidad de llegar al transhumanismo, que sería otra etapa, están promoviendo un tipo de personaje enérgico que sea capaz de elevarse por encima de una época sin cuajo, y pretenden transformar la sociedad para salvarla de lo que perciben como su destrucción. Son personajes profundamente políticos, que van mucho más allá de flipados que aspiran a mantenerse siempre jóvenes.

Esta visión es percibida como adecuada por mucha gente: el rechazo de una sociedad sin otros valores que el éxito personal, las dificultades cotidianas y la falta de perspectivas de

futuro, la decadencia relativa del poder estadounidense…, permiten a Thiel y a los suyos dibujarse como renovadores, cuando no revolucionarios. El orden basado en reglas, el neoliberalismo que dominó estas décadas, ha dejado paso a otro sistema. Gente como Thiel no solo promueve ese cambio, sino que aporta bases ideológicas no tanto con su doctrina explícita, sino con su forma de hacer y con los objetivos que pretende.

Ahora bien, estas nuevas élites se encuentran en confrontación con aquellas otras a las pretenden remplazar: esos tecnócratas progresistas que aspiran a gestionar la política… ¿Qué caracteriza ambas elites?

—En las épocas en las que la potencia hegemónica pierde poder, la tensión entre sus élites es inevitable. Si hacemos abstracción de las ideologías concretas y reparamos solo en lo estructural, el cambio al que estamos asistiendo tiene cuatro características que funcionan de manera sucesiva. Las definía como las propias de un momento reaccionario: las élites están perdiendo poder y no están dispuestas a ello; su reacción pretende que las clases y los países subordinados continúen siéndolo, por lo que tratan de conservar su posición estructural aumentando su poder; para conseguir ese propósito, no se atan a unas propuestas ideológicas determinadas, sino que mutan su visión lo que sea preciso para crear un nuevo terreno de juego que les sea favorable; y, en última instancia, la condición necesaria para ese cambio es terminar con una parte de las élites a la que perciben débil e inadecuada para el nuevo momento (en nuestro tiempo, las élites progresistas y globalistas).

La pérdida de hegemonía estadounidense, el auge chino y la configuración de un escenario internacional en el que Washington ya no impone el orden mundial, como ocurrió durante la globalización, está provocando cambios significativos tanto en el nivel internacional como dentro de los Estados. Trump no sólo ha dao un golpe en la estructura interna, sino que está intentando liberarse de la arquitectura internacional que había construido Washington durante la era global. Toda esa serie de instituciones que definieron las reglas (y que EEUU creó) son ahora percibidas como limitadoras y perjudiciales para la potencia hegemónica, de manera que pretende minarlas al máximo. Trump está acogiendo ideas muy heterodoxas respecto del neoliberalismo que los republicanos estadouni-

denses impulsaron, porque cambiar las reglas es la única manera que perciben para conservar el poder. En ese contexto, y dado que una guerra económica abierta con China haría mucho daño a los estadounidenses, Washington está recuperando po der, de momento, a costa de sus aliados, entre ellos los europeos.

A nivel interno, Trump está recomponiendo el orden en beneficio de una parte de las élites. Y hay dos aspectos que conviene resaltar de este giro.

Hablo de élites y no de pueblo o de clases populares y medias, porque el régimen de la época global no ha dejado espacio a los ciudadanos comunes y corrientes. Una de sus características era la limitación estructural de la acción política. Tenía que ver con el margen estrecho que les quedaba a los Estados respecto de la arquitectura global, que a través de instituciones, organismos financieros y organizaciones comerciales imponía su agenda y sus prioridades, pero también con unos políticos que no podían desafiar a las instituciones, a los bancos centrales y a los mercados. La política existía, pero en lo que se refería a la gestión de la economía, tenía poco que decir; su tarea era la de una gestión amoldada. Por lo tanto, los ciudadanos podían votar y elegir un gobierno u otro, pero éste quedaba siempre por debajo de exigencias superiores. En este escenario, en el que las élites, particularmente las financieras y comerciales, detentan el poder, la posibilidad del cambio suele venir de ellas mucho más que del pueblo, y así ha ocurrido.

Washington está recuperando poder a costa de sus aliados

El otro aspecto significativo es el ideológico. Las élites que apoyan a Trump se han alejado de un dominio ejercido únicamente a través de las finanzas, del poder del dólar y del comercio, y lo están complementando, y a menudo sustituyendo por el dominio ejercido a través del poder duro, del militar y el securitario, que es cada vez más tecnológico y con grandes necesidades energéticas. En distintos momentos de la historia hemos visto cómo las élites (o los países que dirigen esas élites, o ambas cosas a la vez), en el momento en el que pierden hegemonía y se genera inestabilidad, tratan de recuperarla a través de una acción contundente. Eso es lo que estamos viendo ahora: las necesidades militares y de los servicios de inteligencia marcan la pauta a los comerciantes, y establecen una alianza con los financieros en la que éstos juegan un papel diferente. Por eso vemos a Trump dictando aranceles, presionando a la FED, dirigiendo capital hacia sectores estratégicos u ordenando que

EEUU adquiera acciones de una empresa privada, algo tabú para la ortodoxia neoliberal. Es un orden diferente, y si se necesitan medidas que nada tenían que ver con la ideología del establishment anterior, se adoptan. Las élites del régimen anterior se quejan, pero aceptan, porque son las perdedoras de los nuevos tiempos.

Una vez llegados hasta aquí, la pregunta es obligada: ¿Qué se debe considerar al momento de lanzar un proyecto político que pretenda recomponer nuestras sociedades?

—A menudo, cuando se pregunta acerca de qué se puede hacer, y más en Europa, hay un condicionante subterráneo sobre la respuesta. Se esperan soluciones más o menos ingeniosas, acciones que suenen razonables o medidas parciales, en general ligadas a subir o bajar impuestos, incidir de un modo u otro en el mercado de trabajo o poner límites a los precios de la vivienda. Pero esa perspectiva forma parte de una visión del mundo en la que impera todavía el “no hay alternativa”. No se quiere ir contra la ortodoxia económica y se buscan atajos dentro de ella. Es algo que está plenamente instalado entre las élites europeas, pero también entre los ciudadanos de la Unión. La política hoy es justamente la contraria. Trump es un ejemplo, pero si se echa un vistazo

fuera de Occidente, el capitalismo de Estado está cada vez más presente. Esto ya no tiene nada que ver con la época global. Hay en Europa una preocupante falta de atrevimiento político justo en la época en que todo el mundo es mucho más atrevido políticamente.

En esa recomposición de la política interna y de las relaciones internacionales que estamos viviendo, todo parece muy complejo, por lo que las respuestas no se adivinan claras. Sin embargo, no es así. Todo depende de la contestación que se dé a dos preguntas. La primera es si va a seguir la política sojuzgada por la ortodoxia económica o debe adquirir un papel principal. No es una cuestión menor, porque contiene un asunto esencial: si las poblaciones occidentales tienen algo que decir sobre su futuro o van a seguir en un entorno donde su margen de acción queda limitado de raíz.

La segunda es si la acción política va a impulsar la economía productiva o la financiera (esto es, la rentista). Esta oposición entre una y otra, que subsume hoy la oposición entre capital y trabajo (la partida se juega a una escala mucho mayor), es determinante, porque contiene tanto la posibilidad de establecer un sistema que beneficie a la mayor parte de la gente como la conversión de países como el nuestro (y buena parte de los europeos) en Latinoamérica, esto es, en territorios únicamente de dicados a que los inversores (fundamentalmente internacionales) extraigan rentas.

Se ha construido la idea de que lo colectivo es un problema

La respuesta que ha dado Trump a ambas cuestiones es interesante, porque a nivel interno ha apostado por la economía rentista (y decisiones como el recorte de impuestos a los ricos lo subrayan), pero, como en el viejo imperialismo, espera compensar el deterioro interno al que ese plan aboca con un crecimiento impulsado por la expansión exterior que pueda servir de alguna manera a sus clases medias y trabajadoras. Europa está apostando por colocar la política por debajo de la economía y por favorecer al rentismo, ya sea impulsando nuevamente la austeridad, ya sea generando recursos para EEUU a través de la compra de armas y energía, así como fragilizando su mercado interno en beneficio de empresas tecnológicas y financieras estadounidenses.

De manera que el camino de salida es muy sencillo en abstracto: la política debe estar por encima de una ortodoxia económica que, además, se ha demostrado fallida para la mayoría de los ciudadanos. En segunda instancia, la economía productiva debe ser favorecida de manera insistente respecto de la rentista, que no es otra cosa que la economía instigada por el shadow banking

No es difícil de ver. Hasta Draghi se ha dado cuenta.

Pero esa nueva visión implica una gran ruptura… —Implicaría cambios de gran calado en las sociedades, por supuesto. No hay que olvidar que los cambios políticos y económicos de los últimos 40 años occidentales se llevaron a cabo precisamente para evitar esto. Separarse del territorio, deslocalizar y olvidarse de lo físico, de la geografía y de lo productivo permitía incrementar las ganancias de una manera sustancial y afianzar la hegemonía estadounidense. No salió bien, y lo que ganaron en la lucha de clases en Occidente, lo perdieron mediante la lucha de territorios: ahora Chi na, Rusia, India y otros países BRICS reclaman un papel mucho más relevante. Europa está aprisionada, y de muy mala manera, entre ambas fuerzas internacionales, pero también más rota en el interior de cada país.

Hacer política hoy es vivir en un entorno que complica mucho las cosas (cambios geopolíticos, nuevos equilibrios de fuerza, deterioro interno, fuerzas financieras desatadas, sociedades divididas), al tiempo que hace posible los cambios por primera vez en mucho tiempo. La política, hoy más que nunca, tiene que ver con reunir fuerzas sociales, con trazar proyectos estratégicos,

Europa está apostando por colocar la política por debajo de la economía

con ser capaz de entender tu sociedad para generar el máximo de adhesiones posible y con ganar capacidad de influir y de trazar alianzas (si no tienes poder como Estado, haces diplomacia). Sería fácil contestar a tu anterior pregunta insistiendo en la necesidad de construir fuerzas nacional-populares o, por el otro lado, de señalar la urgencia de que Europa se reconstruya de manera que sea una potencia real en el nuevo mundo. Pero creo que hay un paso previo antes de llegar ahí. Estamos (EEUU, Europa, España) en una guerra económica que vamos perdiendo, producto de una nefasta gestión de las economías occidentales que ha terminado causando los problemas que afrontamos en muy diersos planos (desde el económico hasta el social, pasando por el cultural y el de la simple gestión), y sin una recomposición en ese plano, y sin tener ese horizonte claro, la construcción política de cualquier alternativa palidece.

Los tiempos han cambiado y permanecer en el viejo mundo no nos causará más que perjuicios.

Sin duda, hay que revertir nefastas inercias. Muchas gracias por compartir tus análisis y reflexiones ■

Una década marcada por Xi Jinping

2. La Larga Marcha no ha terminado

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Junio de 1989 fue uno de los momentos más peligrosos para el socialismo chino: Estados Unidos arremete contra China, con sanciones económicas y acoso en los organismos internacionales, y en el verano se abre la crisis del socialismo europeo, donde en agosto cae el gobierno comunista polaco, después se disuelve el partido de los comunistas húngaros, MSZMP, y en noviembre desaparece el muro de Berlín. El retorno al capitalismo en toda Europa oriental y el golpe final con la ilegal y fraudulenta disolución de la Unión Soviética en 1991, una traición en toda regla, fue una derrota de dimensiones históricas que el PCCh tuvo muy presente para modular los cambios económicos y políticos. Los liberales chinos se refuerzan entonces y aparecen sectores que abogan por levantar una economía semejante al capitalismo occidental, pero el país pudo mantener la estabilidad impulsando un proceso de «rectificación económica», controlando los precios, aumentando la producción y dedicando mayor atención y recursos a la sanidad, las pensiones y la vivienda, aunque tuvo que afrontar con enormes dificultades el acoso político de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.

Se mantuvo la reforma y se abrieron bolsas de valores en Shanghái y Shenzhen, y se levanta la Nueva Área de Pudong en Shanghái. El PCCh concluye que el análisis sobre la evolución y la reforma debía tener presente si desarrollaba las fuerzas productivas, si elevaba el nivel de vida y si contribuía al fortalecimiento del socialismo. Jiang Zemin introduce entonces el concepto de «economía socialista de mercado». Pero la desaparición de la Unión Soviética, además de suponer un serio aviso para el PCCh y para todo el movimiento comunista mundial, abrió un peligroso vacío en las cinco repúblicas de Asia

central, con guerras y golpes de Estado y una creciente inestabilidad durante años causada por los yihadistas apoyados por Estados Unidos: Pekín decide en el año 2000 que deben reforzarse la fronteras del oeste de China y establece relaciones con otros países sobre la base de los cinco principios de coexistencia pacífica. En 1995, China había diseñado ya una nueva política exterior, rechazando los bloques de la guerra fría, y su diplomacia insiste en evitar enfrentamientos y que algunos países intervengan militarmente en otros, en clara referencia a Estados Unidos.

En la última década del siglo XX China supera la crisis financiera asiática de 1997, iniciada con las devaluaciones de Thailandia, Malasia, Indonesia y Filipinas, y que afecta duramente a Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán. En esa década, China se lanza a desarrollar el oeste del país con nuevas líneas de ferrocarril, carreteras y aeropuertos, gasoductos y proyectos hidráulicos, y después las regiones centrales. Consigue poner fin a la habitual escasez de cereales, acaba con el analfabetismo, desarrolla las infraestructuras y se propone terminar con la pobreza (que afectaba a unos ochenta millones de personas) en siete años. El PCCh y el gobierno sitúan entre sus objetivos la protección del medio ambiente, una campaña permanente para evitar la contaminación atmosférica y de las aguas, y se empieza a reforestar el norte del país (el problema de las tormentas de arena afectaba mucho a Pekín y Tianjin). También se mejora la primacía de las leyes por encima de cualquier otra consideración: se pretende construir un Estado de derecho socialista, concepto que se introdujo en la Constitución en 1999, y se define la economía socialista de mercado como la síntesis de economía socialista y mercado, con predominio de

china,1949-2025

la propiedad pública, tanto estatal como colectiva en diferentes ámbitos. Una fórmula la resume: «el Estado regula el mercado, y el mercado orienta a las empresas», es decir, el mercado distribuye los recursos, controlado por el Estado. En el sector financiero y en la fiscalidad se organiza un estricto control por el Banco Popular de China, con la definición de los impuestos que nutren al gobierno y los que atañen a gobiernos locales. Se reforma el sector textil, el de materiales de construcción y el metalúrgico, la minería, reduciendo el número de trabajadores en empresas estatales y asegurando nuevos empleos para quienes dejan de trabajar en ellas. A final de siglo se completó la reforma de las empresas estatales, que empezaron a ser rentables, y se apuesta por el predominio de la economía de propiedad pública, insistiendo en la eficacia y la igualdad. Así, en 1997 se había cuadruplicado el volumen de la economía china de 1980.

En 2001, China ingresa en la Organización Mundial del Comercio, que agrupa en ese momento a más de 140 países. El cálculo estadounidense es apoderarse de buena parte de la economía china y estimular así su conversión al capitalismo: fue uno de los grandes errores estratégicos de Washington, porque China consigue capitales y tecnología extranjera y se convierte en la fábrica del mundo, aumentando su reserva de divisas: si quince años atrás apenas disponía de 5.000 millones de dólares, en los primeros años del siglo XXI cuenta ya con más de 250.000 millones de dólares. La nueva China se fortalece con rapidez. El mismo año, se crea la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS, que cuenta hoy con ocho países miembros y otros observadores y socios, y en 2009 se celebra la primera cumbre de los BRICS+, asociación que China impulsa decididamente.

La creación de la SASAC (Comisión Estatal para Supervisión y Administración de Activos del Estado) en 2003 permite supervisar con eficacia las empresas públicas. Hay que recordar que casi todas las más importantes empresas chinas son públicas y de las mayores del mundo en su sector, como China Mobile, el banco ICBC, China Construction Bank, PetroChina, Bank of China, la petrolera SINOPEC, o China Life (de seguros, de las más importantes del planeta). En 2006 se lanzó el Programa Nacional para el desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (2006-2020), con el objetivo de alcanzar el desarrollo tecnológico de los países avanzados, y se suprimió el tributo agrícola que pagaban los campesinos por la superficie de tierra o por la producción. En ese año, eran unos 800 millones de campesinos y la agricultura suponía el 13% del PIB, frente al 86 % de la industria y los servicios. La capacidad de sacrificio, el trabajo constante de los campesinos y de científicos

como Yuan Longping (el ingeniero agrónomo que hizo posible un arroz más productivo y que pretendía conseguir quince toneladas de arroz en cada hectárea) reforzó la agricultura, y ha evitado el hambre en muchas regiones del mundo. Junto a éxitos innegables, como los Juegos Olímpicos de 2008 y, dos años después, la Exposición Universal de Shanghái, China también recibió duros golpes: el brote del síndrome respiratorio, SARS, de 2003; los graves disturbios en Lhasa y el Tíbet en marzo de 2008, y el grave terremoto de Sichuán en mayo del mismo año; y los saqueos y asesinatos en julio de 2009 en Xinjiang. Tanto en el Tíbet como en Xinjiang se constató la mano de organizaciones independentistas financiadas por Estados Unidos.

En 2010, China se había convertido ya en la segunda economía del mundo, había completado el entramado jurídico del socialismo e incluyó entre sus objetivos alcanzar una «civilización ecológica»: dos años antes había creado el Ministerio de Protección del Medio Ambiente porque el rápido desarrollo industrial causó un serio deterioro del entorno natural, de forma que en 2017 se optó por una civilización ecológica como “Plan del Milenio”. En 2024 se habían invertido 835.000 millones de euros en energías renovables y limpias, y se ha puesto freno a la desertización en el norte de China con el cinturón verde, gracias a una política de reforestación que ha conseguido notables avances.

El mercado, controlado por el Estado, distribuye los recursos

Esta última década está marcada por la dirección de Xi Jinping. En 2012, el XVIII Congreso elige a Xi y busca crear una sociedad «moderadamente próspera» para 2021, culminando la transformación de China en un país socialista moderno en 2049. En 2013, durante una inspección en la pequeña aldea de Shibadong, en Hunan, Xi Jinping lanzó la campaña para erradicar por completo la pobreza que movilizó a casi tres millones de personas para ayudar a las poblaciones pobres y que ha sido culminada con éxito. En 2015 se propuso el objetivo de asegurar en 2020 que todos los habitantes de las zonas rurales tuviesen asegurada alimentación y vestimenta, educación obligatoria completa, asistencia médica básica y vivienda. En ese año, 1.000 millones de personas estaban apuntadas al seguro de vejez básico, y 1.380 millones al seguro médico, y China ha conseguido mantener el empleo estable para toda la población. El seguro médico ofrece una cobertura básica universal, que en 2023 llegaba al 95% de la población. El sistema de seguridad social abarca las pensiones, sanidad, desempleo, trabajo y vivienda. Las pensiones aseguran cobertura para tra-

bajadores urbanos y rurales, y la edad de jubilación se sitúa en los 60 años para hombres, 55 para mujeres en empleos administrativos, y en 50 para las obreras. También un seguro de desempleo hasta 24 meses, otro para accidentes de trabajo, y licencia por maternidad de, al menos, 98 días. La vivienda se adquiere en el mercado privado o se accede a viviendas sociales con alquileres económicos y viviendas en propiedad con algunas restricciones. Uno de los problemas son los elevados precios de las viviendas en las grandes ciudades, Pekín, Shanghái, etc, que alcanzan doce veces el salario anual medio, y donde los alquileres superan los mil quinientos euros en el centro urbano, aunque depende del tipo de vivienda; en los barrios de la periferia es menor; las viviendas sociales cuestan unos 200 euros mensuales, aunque hay listas de espera para acceder a ellas. En 2025, por ejemplo, está prevista la construcción de 6’5 millones de viviendas sociales.

Junto a ello, se asegura el acceso a museos, galerías, bibliotecas y entidades culturales en todo el país: China cuenta con más de 45.000 centros culturales, unas 3.300 bibliotecas públicas, unos 7.000 museos, más de 1.000 radios, y la televisión central, CCTV, con más de cincuenta canales; y la CGTN, con seis canales y emisiones en castellano, ruso, inglés, francés, coreano y árabe; además de televisiones provinciales en las veintitrés provincias, cinco regiones autónomas y cuatro municipios (como Pekín TV, Hunan TV, Shanghái Media Group). Todas son de propiedad pública, y en 2025 estarán completamente digitalizadas. Hoy, existen más de quinientos Institutos Confucio en unos 150 países para difundir la lengua y la cultura china.

China ha pasado de impulsar un rápido crecimiento económico a buscar un desarrollo innovador, sostenible, de alta tecnología. En el XIX Congreso, en 2017, Xi Jinping insistió en la importancia de combatir las desigualdades que había creado el desarrollo, y el XX Congreso, en 2022, consideró que la contradicción principal es el contraste entre la demanda popular que quiere mejorar sus condiciones de vida y el insuficiente desarrollo, con desequilibrios entre regiones. Junto a ello, el gobierno identifica los objetivos más arduos: anular los riesgos más importantes (con la mirada puesta en el imperialismo estadounidense), impedir la pobreza y eliminar la contamina-

ción. En 2013, el gobierno aprobó el Plan contra la contaminación atmosférica y para asegurar la pureza de las aguas. Se pretende también culminar la modernización en 2035, y levantar para mediados de siglo un «poderoso país socialista moderno». En esa línea, China ha impulsado la nueva ruta de la seda, o Iniciativa de la Franja y la Ruta, con el plan para el desarrollo conjunto de Pekín-Tianjin-Hebei, la Franja Económica del río Yangtsé y la Gran Área de la Bahía de Cantón-Hong KongMacao, además de la nueva área de la futurista Xiong’an para descongestionar Pekín, entre otros muchos proyectos.

El sistema político está basado en la Asamblea Popular Nacional, con organismos locales para la participación popular como los comités campesinos y de barrios. El proceso electivo de los diputados de la APN es indirecto: los ciudadanos eligen a los diputados de las Asambleas Populares locales, y esos diputados locales eligen a la Asamblea Provincial; finalmente, los diputados provinciales eligen a quienes serán sus representantes en la APN. Una Asamblea Popular provincial tiene entre quinientos y mil diputados, según su población. En 2025 existen más de 550.000 comités en pequeñas localidades y unos 110.000 comités urbanos. La participación es muy alta: en las elecciones para la APN de 2016 en pueblos y distritos participaron más de 900 millones de personas, y en las de 2021, más de 1.100 millones. El Consejo de Estado (o gobierno) es responsable ante la APN. Además, la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, CCPPCh, donde están representados ocho partidos además del Partido Comunista, desempeña también una importante función. En cuanto a la

Prototipo de coche volador de la empresa GAC

satisfacción de los chinos con su sistema político, la Universidad de Harvard concluyó en 2021 que era del 93%, y otras encuestas han ofrecido resultados similares: el informe de 2024 de la Alliance of Democracies, AoD (una entidad danesa poco sospechosa de sesgo prochino: la fundó Anders Fogh Rasmussen tras dejar la secretaría general de la OTAN), afirma que para el 92% de la población la democracia es importante, el 79% defiende que China es democrática, el 91% que el gobierno defiende los intereses de la mayoría de la población y no los de un pequeño grupo, y el 85% que todas las personas tienen los mismos derechos.

En las «dos sesiones» de 2025, el gobierno fijó el crecimiento para este año en el 5%, seguir impulsando la investigación (inteligencia artificial y tecnología cuántica), combatir el cambio climático, un aumento del 7% del presupuesto militar, que está en unos 300.000 millones de dólares; hacer frente a los aranceles de Trump, estimular la natalidad, e impulsar la energía eólica y solar. Pero el acoso estadounidense es un serio problema para el futuro: en 2006, el Pentágono señaló a China como objetivo a neutralizar, y Obama impulsó el «giro a Asia» que Washington mantiene con una concepción militarista que mueve sus hilos: la empresa CK Hutchison Holdings Ltd., del plutócrata más rico de Hong Kong, Li Ka-shing, iba a vender sus negocios portuarios en el canal de Panamá a la empresa estadounidense Black Rock, pero el organismo antimonopolio chino bloqueó la venta. Por el canal de Panamá, esencial para el transporte marítimo del planeta, pasa el 6% del comercio marítimo mundial, y la marina mercante china representa el 21% del volumen de carga, por lo que es una ruta fundamental para el comercio entre China y América Latina y el

Caribe. El gobierno estadounidense y el propio Trump han afirmado públicamente que la influencia del Partido Comunista de China en el canal de Panamá es demasiado relevante y que, en caso de conflicto, Pekín podría cerrar el canal, prohibiendo el paso de barcos estadounidenses, incluidos buques de guerra. China niega la versión de que «controla el canal». A ese acoso se une la constante difusión de mentiras, como se hizo años atrás con la «noticia» del Daily Mail de la pantalla gigante en Tiananmén que mostraba la salida del sol: supuestamente, como los pekineses no lo podían ver por la contaminación, el gobierno había puesto esa pantalla. En realidad, era un reclamo turístico de una región china, pero la manipulación fue recogida por toda la prensa occidental. O como el documental de Channel Four, Las habitaciones de la muerte, con orfanatos donde supuestamente dejaban morir a niñas chinas con minusvalías.

¿Hay problemas? Por supuesto: envejecimiento de la población, la función futura de los chinos que se han enriquecido como Jack Ma, control de las desigualdades creadas por el crecimiento económico, escasez de tierras agrícolas, cambio climático mundial. Hacia 1990, China se había propuesto no superar los 1.300 millones de habitantes en el año 2000 y estableció un estricto control de la natalidad de forma que el índice de fecundidad se sitúa en 1’8 por mujer, es decir, se reduce la población. Hoy, la situación es otra y el envejecimiento es un serio problema para el futuro. Ya en 1989, el PCCh lanzó un serio aviso sobre la corrupción, con la campaña llamada de «los tres énfasis» que llamaba a los militantes a insistir en el estudio, la política y la honradez. Por eso, el PCCh instruye a sus miembros en la ética personal, el rechazo a la burocracia, el liberalismo y el abuso de poder, y los insta a vincularse todavía más con la población. Sin olvidar la inspección, el control y supervisión a todos los niveles, incluso a los principales dirigentes, a través de la Oficina Anticorrupción de la Fiscalía Popular. Un ejemplo bastará: en el lustro entre 1997 y 2002, más de ochocientas mil personas fueron sancionadas, se abrieron 37.000 procesos judiciales, y unos 135.000 militantes fueron expulsados del partido. En 2008 se lanzó una campaña, que duró casi dos años y en la que participaron 75 millones de militantes del PCCh, sobre las formas del desarrollo y la práctica llevada a cabo, que examinó comportamientos irregulares y nocivos en más de un millón de casos, de forma que hasta 2012 se examinaron más de 600.000 casos de corrupción y fueron sancionadas 670.000 personas. Porque el veneno de la co-

Escolares chinos ante las lapidas del Parque Conmemorativo de los Mártires

rrupción ha alcanzado incluso a algunos ministros. Ahí está la figura de Ling Jihua (que con Hu Jintao fue director de la Oficina General del Comité Central) condenado por corrupción tras el asunto de la muerte de su hijo en el accidente del Ferrari. O Lei Zhengfu, responsable de Beibei, junto a Chongqing, que fue condenado por corrupción. Y Chen Liangyu, alcalde de Shanghái y miembro del Comité permanente del Buró Político del PCCh, condenado en 2008 y expulsado del partido por el fraude de pensiones; precisamente fue sustituido por Xi Jinping. Sin olvidar el juicio público a Bo Xilai en 2012, y los casos de Zhou Yongkang, Xu Caihou y el ex jefe del ejército, el general Guo Boxiong, que ilustran la campaña que impulsó Xi Jinping contra «los tigres y las moscas» de la corrupción. En estos últimos años, decenas de miles de personas han sido condenadas por corrupción, y en 2018, por ejemplo, recibieron sanciones disciplinarias más de medio millón de militantes del PCCh.

La nueva política, con la reforma de Deng, supuso que en los años ochenta se redujese notablemente la ayuda a los comunistas del sudeste asiático, África, y América Latina. Si el viaje de Nixon en febrero de 1972 inició las relaciones con Estados Unidos, a partir de 1989 empeoraron. Con Trump siempre han sido malas, desde 2017. Con Japón, China estableció intercambios diplomáticos en 1972. Con Israel, Pekín lo hizo en 1992, y apoyó los acuerdos de Oslo. Con Rusia existe un pacto estratégico. China propone un nuevo tipo de relaciones internacionales, construir un «futuro compartido» para la humanidad (así lo denominan) y la reforma de las estructuras de gobernanza global, como la ONU.

Las protestas de Tiananmén en 1989 fueron un serio riesgo para la estabilidad política del país, exageradas y difundidas hasta el hartazgo por la propaganda occidental, que sigue recurriendo a ello cada 4 de junio, como sigue manipulando sobre Taiwán (ignorando que siempre ha sido parte de China), el Tíbet, Xinjiang, Hong Kong, el Mar de China meridional o con el recurrente y falso «expansionismo chino». La fantasmal «revuelta del jazmín», en febrero de 2011, fue otro intento de desestabilizar China, tras la gran campaña que lanzó Estados Unidos y sus aliados occidentales con la figura de Liu Xiaobo, defensor de la invasión estadounidense de Iraq, del apartheid palestino y de que China se «occidentalizara». En Pekín los servicios occidentales hicieron correr rumores de concentraciones en Wangfujing los domingos a las que acudieron sobre todo periodistas extranjeros y el embajador estadounidense John Huntsman. Las referencias occidentales son siempre al «movimiento por la democracia», ocultando la evidente intromisión de los servicios secretos estadounidenses que facilita-

ron recursos y materiales de todo tipo para estimular las protestas, como después se hizo en 2014 con el Maidán ucraniano, al que siguió el golpe de Estado, y en la preparación de la denominada «revolución de los paraguas» en Hong Kong el mismo año, o recientemente en Georgia.

En 2025, China crecerá un 5%, la población urbana llegará al 70%, creará doce millones de puestos de trabajo, e impulsará fuertemente el I+D, y es el país que registra más nuevas patentes en el mundo. Zhongguancun, distrito tecnológico de Pekín, es uno de los centros de la investigación china en inteligencia artificial, como el Instituto de Automatización (BAAI) y las universidades de Pekín; el Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial de Shanghái (SAIRI), el Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial de la Universidad de Zhejiang (ZJU), en Hangzhou; y el Instituto de Tecnología Avanzada (SIAT), y el Tencent AI Lab, como Huawei, Tencent, ZTE, en Shenzhen. Desde DeepSeek a Unitree Robotics, que está desarrollando robots humanoides, China acelera en IA. KaiFu Lee aseguraba no hace mucho que Silicon Valley ya parece lento en comparación con los avances chinos en inteligencia artificial. Pero la fortaleza estadounidense sigue siendo muy relevante. La computación cuántica será el siguiente salto tecnológico, e institutos públicos chinos y empresas como Tencent, Baidu y Alibaba trabajan intensamente en su desarrollo. Pekín también ha reducido a casi la mitad los bonos del Tesoro estadounidenses que poseía en 2013; ahora, tiene 750.000 millones de dólares. En su primer mandato, Trump subió los aranceles al 19% a casi tres cuartas partes de las exportaciones chinas que llegaban a Estados Unidos, y Biden los mantuvo. Ahora, Trump los aumenta de nuevo. Pero Estados Unidos no va a ganar esta guerra comercial, y el ascenso pacífico de China es evidente: en los últimos cuarenta y cinco años no ha participado en ninguna guerra, ni ha invadido ningún país, a diferencia de Estados Unidos. La cita de Alaska, en marzo de 2021, fue un punto de inflexión en la política exterior china. Antony Blinken y el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, lanzaron duros ataques contra China, aludiendo con mentiras a Xinjiang, Tíbet, Hong Kong y Taiwán, pero recibieron una contundente respuesta de Yang Jiechi y del ministro Wang Yi. Los estadounidenses no estaban acostumbrados a que se denunciaran sus invasiones, golpes de Estado y matanzas, y se les exigiera públicamente coherencia. La nueva China muestra la fuerza del socialismo, y no hubiera sido posible sin la victoria del Partido Comunista en 1949. Es más: es posible que sin el triunfo de la revolución, China hubiera sido despedazada por Occidente. La Larga Marcha no ha terminado ■

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Argentina: El laberinto del siglo

Dosier coordinado por Javier Enríquez

Argentina no es solo un país en crisis: es un espejo fracturado donde el siglo XXI confronta sus paradojas más agudas. Con el 40% de su población sumida en la pobreza, una moneda en agonía y una juventud seducida por promesas libertarias, la tierra de Borges y el peronismo se ha convertido en el laboratorio global de una pregunta urgente: ¿cómo se sobrevive al colapso de los consensos históricos?

Este dossier especial aborda la encrucijada argentina desde sus múltiples grietas. Frente al triunfo de Javier Milei, visto por unos como síntoma de un «cansancio secular», y por otros como la avanzada de un «necroliberalismo» que carcome conquistas sociales, Argentina exhibe las tensiones de un modelo agotado: el Estado asistencialista que no asistió, el liberalismo que prometió libertad y entregó desposesión, y una izquierda que lucha por reinventar su imaginario en la era del desencanto.

Aquí no ofrecemos respuestas fáciles. Recogemos, en cambio, voces que polemizan desde trincheras opuestas: el diagnóstico liberal que atribuye la decadencia a un siglo de intervencionismo, y la crítica progresista que denuncia la mercantilización de la vida. Entre ambas, emergen las preguntas incómodas: ¿Por qué amplios sectores populares hoy encuentran vacío el concepto de «peronismo»? ¿Cómo explicar que la rebeldía sea hoy un producto de derecha? ¿Es posible una «aristocracia igualitaria» en tiempos de fractura social?

Publicamos este dossier con la convicción de que Argentina, en su dolor, interroga al mundo. Porque su crisis no es exótica: refleja el agotamiento de un pacto civilizatorio que prometió bienestar y multiplicó la desigualdad. Como escribió Ernesto Sábato: «Todo hombre es un laberinto, pero en Argentina ese laberinto tiene pasadizos que desembocan en el abismo colectivo». En estas páginas, exploramos sus pasadizos.

Argentina: El laberinto del siglo

El insulto como estrategia política

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, No es fácil explicar la deriva política en Argentina en los últimos tiempos. Un país sumido desde 1946 entre el peronismo y el control militar hasta alcanzar la estabilidad democrática en 1983, aunque no la económica, con crisis cada 7 o 10 años. Desde 1946 a 2024 (78 años) los peronistas han detentado la mayor parte de la gobernabilidad, tanto en el Gobierno Federal como en Las Provincias, que son los Estados Federales, la base electoral se adscribía al movimiento político que nació con el peronismo. En septiembre de 1955 la Revolución Libertadora derrocó a Perón y el Partido Justicialista, antes Peronista, fue proscrito hasta 1973, no pudo concurrir a las elecciones y no tuvo representación política. Perón permaneció en el exilio más de 17 años sin poder pisar tierra argentina. 13 de ellos transcurrieron en España en la urbanización Puerta de Hierro con su tercera esposa, Isabelita Martínez, en la Quinta 17 de octubre, así llamada en recuerdo a la fecha

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simbólica en que nació el peronismo en 1945. Era una casa de tres plantas, con 800 metros cuadrados contando el jardín, donde recibía a todo tipo de políticos y sindicalistas de su país que le visitaban y también a distintas personalidades españolas, como el falangista Velarde Fuerte s , catedrático de Economía. Los llamados falangistas españoles de izquierda se identificaron con las políticas y las teorías peronistas. No es fácil encontrar un personaje político que mantenga su liderazgo al cabo de tantos años de exilio y constituya el centro de la vida política de Argentina, comparable tal vez con Jomeini en Irán o Tarradellas en Cataluña. Isabel Martínez, que asumió la presidencia al fallecer su marido en julio de 1974, regresaría en España después de ser liberada de prisión por la Junta Militar que la había derrocado. Vendió la Quinta 17 de octubre por 4 millones y medio de pesetas que fueron entregados, según sentencia judicial, a las hermanas de Eva. Años más tarde la compraría el futbolista Jorge Valdano, en cuyo terreno construyó siete casas y en una de ella reside.

Según las estadísticas oficiales publicadas en 2022 por la Deuda Social Argentina (OSDA) de la Universidad Católica, el número de asalariados que perciben sus rentas en negro alcanza a 5.613.000 personas, los trabajadores legales del sector privado ascienden a 6.330.000, mientras que 3.383.991 son empleados públicos que cobran de los presupuestos del Estado y Las Provincias. Entre 2005 y 2022 el número de

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empleados públicos se incrementó en más de un millón de efectivos. En este contexto, con un 40% de pobreza, unos 20 millones de argentinos no cuentan con lo suficiente para alimentarse diariamente y afrontar sus gastos fundamentales a final de mes, y entre ellos son los jóvenes quienes sufren con mayor intensidad las penurias: 13 de cada 19 menores de 18 años son pobres e indigentes. El concepto “populismo” tiene distintas interpretaciones y es muy utilizado pero con diferentes significados En este sentido pueden señalarse un populismo político donde la relación entre el líder v los ciudadanos es directa sin otras intermediaciones, populismo económico con el predominio de la distribución por encima de otros elementos y predominio cultural donde no se muestran diferencias entre elites y pueblo.

En el estudio del sociólogo y consultor político Hugo Hai-

me, difundido en el programa televisivo Odisea dirigido por Carlos Pagni, los argentinos se clasifican a sí mismos perteneciendo un 0,7%, a clase alta; un 26,6 a la clase media; un 30,2% a la clase media baja, y un 40,7%, a la clase baja y todos aspiran a pasar a un estadio superior. La inmersión en la pobreza viene arrastrándose desde el siglo XX con las continuas crisis de incremento de la deuda, la descompensación fiscal y la superinflación imposible de controlar.

La fuerza política que condicionó la trayectoria de Argentina desde los años 40 del siglo XX sufrirá un resultado inesperado en octubre de 2023 con el triunfo de Javier Milei como presidente de la República. Muy pocos podían presuponer que alcanzara la presidencia con más del 55% de los votos escrutados en el balotaje (la segunda vuelta). Los partidos de la derecha como el Pro, de Mauricio Macri, que fue presiden-

Juan Domingo Perón Evita Perón

Argentina: El laberinto del siglo

San Juan, y especialmente en una Provincia como Córdoba, cuna de la lucha sindical, donde Milei ganó con el 74,05%. Incluso en una Provincia tradicionalmente peronista como Buenos Aires, controlada por los Kirchner desde principios de siglo, LLA consiguió el 49,24% de los votos frente al 50,73%, una diferencia escasa de 1,49% en la división tradicional de la sociedad argentina: peronismo frente antiperonismo, más claro que entre izquierda y derecha.

, te, parte de UCR y sobre todo votantes tradicionales del peronismo, optaron por Milei, que prometía derrumbar la clase política a la que calificaba de casta, término que ya utilizó el poeta D’Annunzio y que repitieron los de Podemos, con la pretensión de destruir las instituciones del Estado como inútiles, redefinir la justicia social considerada un robo y todo lo simbolizaba con una motosierra. La base electoral del libertario que había creado una plataforma política, La Libertad Avanza (LLA), tenía escasa representación en el Congreso y el Senado. Pero si ya era difícil que un político como Perón, después de sus casi 18 años en el exilio, volviera a ganar una tercera presidencia, resultaba también muy improbable que un outsider de la política, sin base social ni electoral hasta entonces alcanzara la presidencia. Argentina se convertía en la corte de los milagros, lo poco visto en la historia política de un país. Pero así son los datos: en el balotaje final (la segunda vuelta) Milei arrasó en Santa Fe, una Provincia que votaba habitualmente peronismo, pero allí La Libertad Avanza (LLA) se impuso por 62,38% de los votos frente al candidato respaldado por el justicialismo, Sergio Massa, con el 37,17%. Algo parecido ocurrió en el Chaco, San Luis, o

Después de casi dos años de presidencia de Milei, politólogos, economistas, periodistas, ensayistas… aún están preguntándose cómo pudo ganar esta figura con grandes patillas, a imitación de las de Carlos Menem, con tendencia a engordar, ojos saltones, manos rugosas, pelo ensortijado y voz atiplada, cuyo principal sustento personal es su hermana Karina Milei, quien al parecer lo protegió del maltrato de sus progenitores. Pero una inmensa mayoría de argentinos ya no confiaban en ninguna plataforma política. En la crisis del corralito, en 2001, proclamaron “que se vayan todos”. Los experimentos políticos desde la consolidación en 1983 de la democracia, con el presidente Alfonsín, líder de la Unión Cívica Radical, habían sido varios y diversos, pero habían acabado aumentando la pobreza y disminuyendo ese sector denominado clase media cuyos límites sociológicos son difíciles de precisar, pero a lo que aspiran la mayoría como un signo de estabilidad política y social. Ni los gobiernos de Alfonsín, ni los de Menen, los De la Rúa, o los Kirchner pudieron controlar el proceso de deterioro de un país que contaba con recursos naturales y mano de obra con buena formación técnica e intelectual para mantener un take off sostenido, comparable a un país europeo desarrollado. A la postre, la base étnica de los argentinos era similar a la de los europeos del sur. Italianos y españoles principalmente, además de poblaciones procedentes del centro de Europa, también judíos y árabes, junto a los criollos originales y con escasa población indígena,

Mauricio Macri, Presidente 2015-2019

al contrario que otros estados americanos y sudamericanos como Bolivia, México, Perú o Ecuador, donde contribuyeron a su estructura etnológica. De tal manera que Argentina es un país europeo en América.

Políticas económicas disruptivas

Desde la caída de la Dictadura militar (1983) se practicaron políticas económicas diferenciadas, sostenidas o no por las bases sociales del peronismo. Alfonsín, de la Unión Cívica Radical (UCR), era el líder del otro gran partido contrarréplica del Partido Justicialista, cuyas raíces se extienden al siglo XIX. El ministro de Economía, Bernardo Grinspum, al principio consideraba que los problemas principales eran los niveles de desocupación y los bajos salarios impuestos por la dictadura y aplicó medidas keynesianas, con créditos a las pequeñas empresas, aumentos salariales, nuevos empleos públicos y con-

trol de precios, que de alguna manera recordaban las medidas de la etapa peronista, lo que implicaba un aumento de impuestos y que los empresarios trasladaran los costes a los precios. En los primeros meses de 1985, y ante una inflación

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incontrolable que alcanzaba el 300%, una deuda de 46.000 millones de dólares y un estancamiento de la productividad con niveles de principios de los 70, Grinspun fue reemplazado por Juan Sourrouille, un técnico sin tradición política. Sostenía que el déficit fiscal, heredado por el gobierno de Alfonsín, junto con la emisión monetaria sin control, eran la principal causa de la inflación. Aplicó correcciones a partir de un aumento de los precios y restricciones en las cuentas públicas. Su plan económico anunciado en 1985 se denominó Plan Austral, con la creación de una nueva moneda, el austral, con una cotización fija de 80 centavos de austral por dólar, la deuda financiada por el préstamo del FMI y la aprobación de la Administración de Ronald Reagan y del presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, que dispuso 3.000 millones de dólares para que empezara a funcionar la nueva moneda. Al principio se frenó la inflación, la subida de los precios se contuvo y disminuyó la deuda con los proveedores nacionales. Alfonsín, desde el balcón de la Casa Rosada, se refirió a una economía de guerra, en el sentido de disponer de todos los medios para atajar la inflación. Un economista marxista como Paolo Sylos Labini, alabó los primeros resultados favorables. Pero las cuentas para abril-mayo de 1985 quedaron atrasadas al subir Volcker las tasas y productos como el maíz bajaron sus precios más del 25% en el mercado mundial, lo que perjudicó las exportaciones argentinas. Las cosas empezaron a cambiar a partir de 1987. Los justicialistas criticaban la política económica y algunos defendían colaborar con el gobierno para sacar adelante un plan de emergencia para negociar la deuda, pero se mostraron cautos ante el Plan Austral. El nuevo líder del peronismo, Menem, consideró que se trataba de una medida adecuada. Sin embargo, la presión sindical contribuyó a su fracaso y tampoco se llegó a acuerdos con los empresarios. La no reducción de los déficits fiscales, la baja presión tributaria y la expansión monetaria provocaron el fracaso del Austral. Al final, la inflación se disparó.

Raúl Alfonsin con Memen

Argentina: El laberinto del siglo

Si en las décadas anteriores había sido el marxismo la teoría dominante para explicar los movimientos sociales, en los años ochenta el predominio correspondió al liberalismo, con sus múltiples ramificaciones, pero como tendencia a disminuir el intervencionismo estatal. Esta posición suscitará el rechazo del peronismo clásico, pero servirá para que entre, con su habitual capacidad para adaptarse a situaciones distintas o contradictorias, en una dinámica muy distante de lo que históricamente habían significado las políticas económicas peronistas, sobre todo en la primera legislatura (1946-1951). En la mentalidad colectiva el justicialismo se identificaba con el nacionalismo económico, un Estado intervencionista que fomentaba la justicia social en la línea de una aproximación al Estado del Bienestar europeo y la industrialización para incentivar el consumo.

Sin embargo, tanto Menem (1889-1888) como los Kirchner (2004-2015 y 2019-2923) a lo largo de sus mandatos consiguieron relativos buenos resultados económicos hasta que la hiperinflación se impuso provocando una crisis tras otra. Menem logró rebajarla con la convertibilidad y el estímulo al desarrollo industrial. En marzo de 1991, Domingo Cavallo, que hasta entonces era ministro de Asuntos Exteriores, se hizo cargo de la cartera de Economía junto a una serie de técnicos provenientes de la Fundación Mediterránea, vinculada a los sectores empresariales. Sustituyó el austral, reformó el Banco Central e implantó la Ley de Convertibilidad, con un peso equivalente a un dólar que, según declaró, se mantendría hasta que el peso pudiera adquirir autonomía y se consolidara, al tiempo que el Banco Central se transformó en una caja de conversión. La convertibilidad tuvo, al principio, efectos positivos, los precios bajaron al depender de la evolución del dólar y la inflación disminuyó, de tal manera que ya a finales de 1991 se situó por debajo del 1%, lo que, combinado con la bajada de la tasa de interés, reactivó el consumo. Las cuentas públicas se equilibraron después de varias décadas. Con el aumento de las exportaciones, la mayor recaudación de impues-

tos y las ganancias fruto de las privatizaciones de las empresas estatales, las cuentas fiscales se equilibraron, lo que permitió incluso pagar los intereses de la deuda, que en 1995 todavía era de 100.000 millones de dólares. Sin embargo, la situación fue deteriorándose hasta llegar al “corralito” de 2001. La relación entre el dólar y al peso no pudo mantenerse La lucha entre los partidarios y contrarios al dólar mantuvo un debate donde se evidenciaron las posiciones nacionalistas ante la pérdida de una moneda propia. En diciembre de 2001 el presidente De la Rúa dimitió y Argentina entró en una crisis social, política y económica mayor a las que había padecido. El Congreso, en contra del Ejecutivo, prorrogó las sesiones y propuso el abandono de la convertibilidad y la necesidad de un gobierno de concentración nacional con apoyo de las Fuerzas Armadas para asegurar el orden público. Cuatro pre-

sidentes se sucedieron en dos semanas. En 2001, las cifras mostraban un país de treinta y seis millones de habitantes, de los cuales unos catorce vivían en el umbral de la pobreza, con

Néstor Kirchner y Cristina Fernández

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un PIB que caía cada año un 10% y una tasa de paro del 18,3%.

Eduardo Duhalde, peronista, el último presidente provisional que resistió, controló la situación política, devaluó la moneda y convocó unas elecciones generales que ganaría en 2003 Néstor Kirchner.

Néstor, y después Cristina, en sus doce años de gobierno aplicaron políticas socialdemócratas mezcladas con prácticas liberales que revirtieron en varios casos las implantadas por Menem. No aplicó ajustes y no tuvo en cuenta las recomendaciones del FMI: “No se puede volver, afirmó Néstor, pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos” A mediados de julio de 2002, después de la devaluación que disparó la huida de capitales y la crisis de muchas empresas, habían aumentado los índices de pobreza en todo el país. La situación empezó a cambiar cuando Néstor se hizo cargo de la presidencia con sólo el 22% de los votos ante la retirada de la candidatura de Menem, que aspiraba a su tercera presidencia y había ganado en la primera vuelta. La coyuntura le favoreció: aumentó de manera exponencial el consumo de materias primas que Argentina exportaba ante la demanda creciente de China, que conseguía despegar como país competidor en el mercado internacional. Y junto a ello renegoció la deuda externa privada reduciéndola en un 65%, aumentó moderadamente los salarios, rescató la congelación de las pensiones de los jubilados, nacionalizó parcialmente el petróleo y trató de mantener el superávit fiscal, algo novedoso en las políticas económicas aplicadas en Argentina. Todo ello estimulado y amparado por el ministro de Economía Roberto Lavagna.

Economía sin democracia y autoritarismo político

Volvió a anular las leyes de Juicio Final con las que Menem había liberado a los dirigentes militares de la Junta de la Dictadura y a quienes habían cometido crímenes de lesa humanidad, con la pretensión de que ello posibilitaría la estabilidad política y superar la tendencia del Ejército al golpismo. Fueron de nuevo juzgados y condenados, se descolgó el retra-

to del general Videla que aparecía entre los presidentes de la nación y convirtió la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) en un museo, símbolo de los sufrimientos y torturas que allí se practicaron durante la dictadura militar. “Vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia tantas atrocidades.” Alfonsín se sintió agraviado y lo manifestó en un comunicado: “Lo que no puede afirmarse es que durante mi gobierno se haya guardado silencio”. Néstor Kirchner no concurrió a un segundo mandato –moriría en 2010, a los 60 años–, pero sí aplicó una tradición peronista: le sucedió en la presidencia su mujer, Cristina, que cubriría dos legislaturas: entre 2008-2011 y 2012-2015. Tras la presidencia de Macri (20152019) fue vicepresidenta con Alberto Fernández entre 20192023. Mantuvo buenas relaciones con los nuevos dirigentes del nuevo populismo salidos de las urnas como Lula, Chávez o Correa. Retomaba así la política de distanciamiento de EEUU que en ocasiones practicó Perón, al contrario que Menem, quien se convirtió en un aliado de EEUU durante la etapa de Ronald Reagan, recibido y aplaudido en el Congreso norteamericano. El mismo proclamó en defensa del liberalismo económico que “Todo lo que puedan hacer los particulares por sí solos no lo hará el Estado”. Consideraba el liberalismo económico una manera de acabar con la situación económica crítica, desesperante, durante varios lustros, para una mayoría de la población. Desde Menem a los Kirchner una ola de corrupción se extendió por el país, siguiendo una estela que ya tenía tradición desde principios del siglo XIX, como destacó el periodista Lanata. Menem y Cristina fueron condenados por una Justicia que en ocasiones actuaba al servició de las distintas opciones políticas hegemónicas, en la estrategia del lawfare

Y en eso llegó Milei, el anarcocapitalista

El anarquismo es una teoría política y un movimiento social revolucionario que tuvo su máxima expresión en el anarcosinEl Viejo Topo 453 / octubre 2025 / 35

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dicalismo, el socialismo y comunismo libertario entre finales del siglo XIX y primer tercio del XX. Su idea principal era acabar con el Estado como mecanismo de dominación de las sociedades. Algunos economistas llevaron el liberalismo a su máxima expresión y propusieron abolir las estructuras del Estado, reducido a la administración de Justicia, al orden público y la seguridad. La libertad de producir y comerciar en un mercado libre de reglamentaciones produciría progreso social y económico. La tesis de Keynes de estimular las inversiones desde el Estado, que habían influido en conservadores, socialdemócratas y demócratas cristianos, fueron relegadas y criticadas. Se difundieron las ideas de la Escuela Austriaca con autores como Friederich Hayek o Ludwig von Mises junto a la Escuela de Chicago. Y de pronto, un personaje outsider de la política argentina, licenciado en Económicas, que también había estudiado la materia en una escuela privada en California, empezó a difundir las ideas del anarcocapitalismo con referencias a la obra de Milton Friedman. Sus modos resultaban chocantes y estrambóticos, su lenguaje y gestos producían extrañeza respecto a los habituales de las campañas electorales. Sus intervenciones en televisión, en las redes sociales, asombraban por la manera de expresarse. Hizo de una motosierra el símbolo de lo que sería su política si alcanzaba la presidencia. En la segunda vuelta, parte del electorado peronista, de la UCD y el PRO votaron por él, derrotando la candidatura de Sergio Massa apoyada por el peronismo de Cristina Kirchner. Era la respuesta de una sociedad harta de sus políticos, quienes habían sido incapaces de impulsar el desarrollo y con escasa perspectiva de un futuro mejor. Milei había rebatido la tesis de Cristina de que detrás de una necesidad nace un derecho por considerarla un acicate para aumentar el déficit fiscal, la deuda y al final la inflación.

Javier Milei y su motosierra

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Fueron la inflación y el control fiscal los ejes principales de sus discursos: si se lograba contenerlos y disminuirlos

Argentina entraría en un periodo de prosperidad económica y para ello debían eliminarse instituciones y subvenciones que producían una disminución de la productividad con la excusa de la Justicia Social que conducía a un aumento de la pobreza. Algunas encuestas realizadas sobre el fenómeno Milei resaltan más el tono de sus discursos y sus gestos que su contenido. En sus dos años de gobierno su hermana Karina es quien decide con quién hay que contar y quién queda excluido. Y junto a ella su ministro de Economía Santiago Caputo, principal consejero y responsable de la estrategia –hasta ahora–, pero con síntomas de tener problemas de competencia con la hermana. Milei, en proceso de conversión al judaísmo y partidario de la política de Israel, está interesado en que La Libertad Avanza (LLA) se convierta en una fuerza política mayoritaria integrando al mayor número posible de electores e intenta que el PRO de Macri se incorpore a su proyecto, marginando a aquellos que discutieran su liderazgo, de ahí que margine a quien, como resultado del pacto electoral con el PRO, es su vicepresidenta, Victoria Villarruel. Si tachaba de casta a los políticos tradicionales, se ha convertido también

en casta al entrar en la dinámica política, aunque considera que dirige el mejor gobierno de Argentina. Sus discursos e intervenciones públicas están llenas de insultos a todos aquellos que discuten o critican sus decisiones: kukas (por Kirchneristas) inmundos, malandrines, burros eunucos, pelotudos, enanos, embusteros, basura, pedófilos, ratas inmundas, parásitos mentales… dedicados muchos de ellos a los periodistas no complacientes y no tiene inconveniente en que sus partidarios inventen noticias falsa, tergiversen acontecimientos, descalifiquen con insultos a los críticos o utilicen la IA para crear videos falsos sobre otros políticos. Institucionaliza de esa forma la violencia verbal, que hasta ahora no ha llegado a la física, más allá de su admirado Donald Trump. Formaría parte de una estrategia para contrarrestar los argumentos de los “zurdos” (los militantes de izquierdas, los peronistas, los mantenedores del estatus, en palabras de Milei). Utilizar ese lenguaje “popular” es una manera de conectar con sectores sociales que acostumbran a usarlo y obviar las argumentaciones de los críticos despreciándolas. La descalificación con insultos pretendía también marginar a los “tibios” que no se atreven a enfrentarse con fuerza a los argumentos de los defensores de mantener las prácticas de los estados reguladores y continuar con los impuestos para sostener sus privilegios. No hay que caer en un debate de ideas, simplemente rechazar con displicencia a los no partidarios. Caputo intentó desacreditar con malas maneras al actor Ricardo Darín por afirmar que las empanadas argentinas eran caras. El modelo es alcanzar un sistema autoritario con el aval electoral, bajo restricciones políticas, pero una libertad económica sin trabas. En cambio, Guillermo Franco, el jefe del gabinete, hace un papel de moderador para compensar los exabruptos verbales, no dándoles importancia y achacárselo a la personalidad de Milei que tiene la tarea de superar la crisis argentina y defiende que el camino del reajuste iniciado es largo (dolor al principio para obtener beneficio después). Milei aspira a un sistema parecido al de China: economía sin democracia, auto-

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ritarismo polaco y limitación del Estado de Bienestar. Actualmente Milei no tiene con quien perder, la oposición esta fragmentada y no existe un liderazgo de contrapunto.

No obstante, no solo el insulto tiene su objetivo en el discurso político de Milei, también la burla (más que la ironía) o la hipérbole a la hora de desacreditar a la oposición, especialmente al kirchnerismo, o a cualquiera que disienta o critique. Tal vez un cierto cansancio de una parte de los que le apoyaron en la insistencia de un insulto permanente y la ausencia de las formas de comunicación verbal tradicionales ha hecho retroceder los discursos de Milei, quien ha afirma-

do que dejará de insultar. Algo que está por ver en los discursos de las próximas elecciones. Ya al libro de Albert Algoud sobre el capitán Haddock, el personaje de Tintín, le precede el ensayo De l’insulte considerée comme une des Beaux-Arts, y de hecho, palabras antes consideradas ofensivas se han amortiguadas como expresiones exclamativas sin ninguna connotación peyorativa (coño, cabrón, joder, hostia, hijoputa, entre otras), incluso hay una recuperación por la periodista Anna Bulnes de insultos del español antiguo como lechuguino, persona joven que intenta seducir con una ma yor que la que tiene, o pasmarote, sin posibilidad de acció n ■

Protestas contra recortes de Milei

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Argentina en la encrucijada

El colapso de los consensos y el ascenso de la ultraderecha

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La crisis civilizatoria argentina

Argentina enfrenta una encrucijada histórica donde las categorías políticas tradicionales han colapsado. La victoria de Javier Milei en 2023 no fue un simple cambio electoral, sino la manifestación de un terremoto institucional que solo puede comprenderse desde la destrucción de los «puntos de anclaje» que otorgaron coherencia a nuestra vida colectiva durante décadas. Estos fundamentos (la noción de Estado como garante del bien común, la memoria histórica vinculada a las luchas sociales y la confianza en las instituciones) se han desintegrado ante la confluencia de fenómenos heterogéneos: la pandemia, las redes digitales y nuevas formas de producción de subjetividad. Este colapso explica por qué amplios sectores

populares hoy encuentran vacía la palabra «peronismo», un fenómeno que trasciende lo electoral para convertirse en una crisis de sentido colectivo.

El mito del antiperonismo y la nueva desafección

Contrario a las lecturas superficiales, el triunfo de Milei no representa un simple rechazo al peronismo. Constituye algo más profundo: la desafección hacia la política misma. Cuando legados históricos y herencias simbólicas colapsan, emerge un terreno fértil para experimentos políticos radicales. El gobierno de Alberto Fernández demostró incapacidad para percibir «el huevo de la serpiente» que incubaba en su seno. Su administración, marcada por renuncias ministeriales y falta de proyecto, allanó el camino para que la ultraderecha presentara la política como el «verdadero obstáculo». Hoy, mientras la pobreza ronda el 40% y la inflación devasta salarios, el oficialismo opera bajo una premisa cínica: creen que la sociedad no existe como actor colectivo capaz de resistir. Esta convicción se sostiene en la idea de que vivimos en una época donde los lazos sociales están demasiado dañados para generar resistencia organizada.

La agonía kirchnerista y el vacío de liderazgo

El kirchnerismo enfrenta su hora más crítica bajo una paradoja insostenible. Cristina Fernández, pese a su extraordi-

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naria capacidad oratoria y casi de seducción (evidente en sus últimos discursos antes de la proscripción), permanece políticamente neutralizada por un lawfare que recuerda el caso Lula, aunque con diferencias cruciales. Mientras Lula contó con apoyos internacionales para su reinserción, el cerco a Cristina parece diseñado para extinguir su legado sin sucesión. Su avanzada edad (70 años) acentúa este vacío, agravado por la fractura entre Kicillof y Máximo Kirchner. Esta lucha interna no responde a diferencias programáticas sustanciales, sino a personalismos estériles que consumen energías vitales en medio de la emergencia nacional. Resulta incomprensible cómo en un escenario de fragilidad extrema, con «todo el mundo preso o perseguido», se permite el lujo de no resolver esta contradicción.

La izquierda tradicional, históricamente antiperonista, muestra por primera vez sensibilidad para construir un frente antifascista. Sin embargo, la pregunta crucial sigue sin respuesta: ¿quién podría liderarlo? Axel Kicillof, por su gobernación de Buenos Aires, tendría la posición objetiva, pero Argentina rara vez resuelve estas ecuaciones con lógica. Su gestión provincial, que mantiene hospitales y universidades funcionando frente al desmantelamiento nacional, contrasta con su limitada capacidad para articular fuerzas más allá de su territorio.

La seducción libertaria y el colapso del futuro

El fenómeno más alarmante es la adhesión juvenil al proyecto ultraderechista, un patrón global que encuentra en Dosier

Protestas contra recortes de Milei

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Argentina su expresión más virulenta. La fórmula combina tres elementos letales: la promesa antiimpuestos («decirle a un joven que no pagará impuestos es una buena noticia»), la demonización de toda clase política y la normalización de simbologías fascistas. Testimonios preocupantes revelan a estudiantes jóvenes, en cualquier parte del mundo, realizando saludos franquistas en reuniones y bares, jóvenes que no pertenecen a élites «hiper-acomodadas” ni mucho menos. Esta normalización de lo impensable expresa una seducción eficaz: han convertido la rebeldía en un producto de derecha.

Detrás de este fenómeno yace un diagnóstico crudo: las izquierdas han perdido capacidad transformadora no por déficits internos, sino por las condiciones del capitalismo contemporáneo. Cuando un Estado social que «no nos ayudó todo lo que debía» es presentado como obstáculo, se activa un mecanismo perverso: los jóvenes asocian emancipación con menos Estado, menos impuestos, menos política. Esta captura del imaginario rebelde explica por qué Vox arrasa entre los 20-24 años en España, por citar un ejemplo cercano, y por qué aquí, en Argentina, el discurso libertario cala en sectores antes impensables.

Octubre 2025: Dos caminos posibles

Las elecciones legislativas presentan escenarios divergentes. Por un lado, la consolidación de Milei podría replicar su triunfo en la Ciudad de Buenos Aires, donde venció contra pronóstico demostrando penetración en sectores populares donde «la palabra peronismo no les dice nada». Por otro, persiste la posibilidad remota de una rearticulación opositora, aunque la desconfianza mutua y los personalismos la hacen improbable a medio plazo.

El rol de Kicillof será determinante. Como gobernador del distrito clave, podría encarnar la resistencia desde una gestión concreta que preserva espacios de bien común. Sin embargo, su limitada proyección nacional y la ausencia de un proyecto unificador reducen este potencial. La izquierda, aunque dispuesta a un frente antifascista, carece de la fuerza electoral suficiente sin alianzas orgánicas con el peronismo.

Argentina como espejo global

Nuestra crisis refleja tendencias planetarias, pero con rasgos autóctonos perturbadores. El avance de la ultraderecha juvenil en España (y en el resto de Europa) confirma un fenómeno transatlántico, pero en Argentina se combina con un componente cultural único: cierta pulsión masoquista que nos lleva a celebrar espejismos sabiendo su desenlace trágico. Lo vivimos en 1982 durante la guerra de Malvinas, cuando desde el exilio veíamos a compatriotas celebrar una victoria ficticia mientras conocíamos la catástrofe inminente. Esta memoria dolorosa resuena hoy: festejos efímeros que ocultan derrotas estructurales, como si el dolor fuera un destino ineludible.

La comparación con Brasil es ilustrativa. Mientras Lula reconstruyó un frente amplio tras su encarcelamiento, aquí la fragmentación persiste. Esta diferencia señala nuestro talón de Aquiles: la incapacidad para priorizar la supervivencia colectiva sobre las diferencias. La hiperbólica cultura política argentina, donde todo se vive como combate existencial, alimenta esta dinámica autodestructiva.

Axel Kicillof

La memoria como campo de batalla

En este contexto, la disputa por la memoria histórica adquiere urgencia crítica. Libros como “La llamada” de Leila Guerriero, que aborda el exilio con una frivolidad cercana al «efecto Netflix», o declaraciones que banalizan el trauma del destierro (como las de Martín Caparrós sugiriendo que «el exilio no fue para tanto»), revelan una peligrosa tendencia: la conversión de la memoria en espectáculo o relato negacionista.

La comunidad del exilio del 76 enfrentó dilemas éticos profundos. Quienes sobrevivían en Argentina eran vistos con sospecha, como si la mera supervivencia implicara complicidad. Esta desconfianza, comprensible en quienes habían perdido seres queridos, coexistía con el dolor genuino de los retornados. Lelia Guerriero, por citar un ejemplo, ya que fueron muchos, reduce esta complejidad a anécdotas frívolas y juicios simplistas como «menos mal que no ganamos», despojando a la lucha histórica de su densidad trágica.

Caparrós, desde su cómodo exilio parisino, añade insulto al dolor al sugerir que los exiliados «vivían bien» y usaban su trauma para «enriquecerse». Esta negación del destierro (él mismo disfrutó de la vida académica francesa mientras en Argentina se sufría) expresa una desconexión moral que la ultraderecha explota: ofrece quemar el pasado para reiniciar el sistema.

El rol de Kicillof será determinante para el futuro de la izquierda

¿Laberinto o horizonte?

A medio plazo, el modelo de Milei podría sostenerse si la oposición insiste en su fragmentación. Pero subestiman un

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Máximo Kirchner

factor decisivo: el umbral de dolor de una sociedad que, aunque herida, conserva memoria de resistencia. La paradoja argentina reside precisamente ahí: en nuestro masoquismo convive una tenacidad histórica para reinventarnos en los abismos.

La reconstrucción exige nuevos «puntos de anclaje»: movimientos sociales que tejan redes comunitarias frente al sálvese quien pueda; pedagogías políticas que expliquen la complejidad sin caer en simplismos reactivos; y una izquierda capaz de superar dogmatismos para construir alianzas concretas. La supervivencia del proyecto nacional y popular dependerá de esta capacidad para transformar el laberinto en horizonte.

Argentina ya no es el país del peronismo hegemónico. Es el laboratorio donde se prueba cuánto puede resistir una sociedad cuando pierde sus consensos básicos. Como señalé antes: «Hubo un tiempo donde afirmábamos ‘este modelo no aguanta’. Hoy puede aguantar». La pregunta que octubre comenzará a responder es si aprendimos que la única salida colectiva es reconstruir los puentes que el odio sistemáticamente dinamita. En ese combate, la memoria no es nostalgia: es el mapa para no repetir las derrotas del ayer ■

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Hacia una aristocracia igualitaria

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“No temamos reconocer nuestros errores ni tomarnos el trabajo de corregirlos reiteradamente, muchas veces, y llegaremos a la cumbre”

Lenin

“Hay que ser más bueno que los malos”

La Mala Rodríguez

El próximo 26 de octubre se celebran elecciones legislativas en la Argentina, que tienen por objetivo renovar la confianza en una parte de la Cámara de los Diputados, así como del Senado de la Nación. Será un buen termómetro para testear el apoyo al actual proyecto que encabeza Javier Milei y a sus

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medidas implementadas. Existe una interesante discusión en torno a los datos que ofrece su gestión, a la fortaleza o debilidad de sus resultados, así como sobre las consecuencias derivadas de los métodos empleados para reducir la inflación y el impacto social que eso tiene en la población. Hay gente con mucho mayor conocimiento al detalle de todo esto, y no me centraré en discutir esas temáticas.

Voy a intentar coger como percha el caso argentino para hablar, en términos generales, sobre las limitaciones, potencialidades y retos que, a mi juicio, enfrenta la izquierda a nivel global ante el escenario de ofensiva necroliberal. Sobra decir que cada caso nacional aterriza con sus propias características y arrastra su propia sedimentación histórica, pero existen elementos compartidos, a modo de corriente cultural y de un ethos –esto es, una serie de rasgos y comportamientos impresos en el ser y sentir del momento actual–, que operan en todos los casos.

La izquierda está convencida de que lo malo surge porque existe una falta y un déficit que impide conocer lo bueno: La extrema derecha aparece porque existe una falta de educación y un déficit de conciencia; hay algo que se ignora. Con una buena dosis de pedagogía y exposición de la verdad objetiva, la gente acabará accediendo al bien. Sin embargo, alertar de la llegada de la extrema derecha tiene sus límites y, si beneficia a

alguien en el corto plazo, es a opciones como el PSOE. Insistir durante años en charlas, seminarios, análisis, etc., del fenómeno no hace más que reforzarlo. Indignarse, escandalizarse, llevarse las manos a la cabeza ante su crecimiento solo consigue erotizarles más y aumentar su capacidad de atracción. Convertir a un movimiento político en un animal mitológico, en monstruos extraordinarios, solo provoca una mayor adhesión entre quienes potencialmente pueden verse atraídos. Todo proyecto político desea que los otros, los opuestos, se pasen el día hablando y discutiendo sobre él para intentar entender la razón y el secreto de su atractivo. Eso los endiosa. Para evitar este tipo de posiciones impotentes, que disocian

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lo racional de lo afectivo —especialmente en política—, es recomendable seguir la sentencia de Spinoza: porque no deseamos ni perseguimos lo que nos parece bien, sino que nos parece bien lo que deseamos y perseguimos. Así pues, pongamos el acento en producir un imaginario, una estética, una aspiración más fuerte y un deseo atractivo que consiga desplazar y eclipsar al suyo. Evitemos entrar en todos los charcos que nos ponen en los términos que ellos desean; evitemos entrar ahí donde nos están esperando, y limitémonos a interpelarles desde el desprecio, la ironía y la ridiculización: que se indignen, se ofendan y vayan ellos a rebufo.

En segundo lugar, los necroliberales del mundo brotan de

Javier Milei
Axel Kicillof

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nuestro naufragio. Una debilidad que no es necesariamente electoral, sino de expectativas y de credibilidad. Crece la disonancia entre lo enunciado y anunciado en el discurso, y la consistencia en los resultados, lo cual genera depresión y desencanto. Sea cierto o no, esa es la percepción creada, que ayuda a sembrar el cinismo y el resentimiento que alimenta a proyectos serviles con el poder, pero que se presentan como rupturistas. Los problemas derivados de la desigualdad, la acumulación de capital, la explotación laboral y la desposesión siguen ahí, solo que ahora se articulan políticamente en un sentido opuesto.

El necroliberalismo es también un espíritu de época: intercambia los papeles y carcome los cimientos de todo lo conquistado en la sociedad. Los millonarios abanderan la indignación de los desposeídos, se desprecian los derechos sociales y los servicios públicos, y se culpa a las minorías. Los explotados que tienen que emanciparse y liberarse no son los trabajadores, sino los empresarios y los rentistas inmobiliarios, frente a ese opresor que es Hacienda. La reivindicación es la de exigir libertad para poder trabajar 16 horas. Todo esto, recubierto con un sentido de la vida que cultiva el evangelismo trufado de fanatismo de mercado.

Todo cambia, aunque el espíritu permanece: la reacción sigue siendo una pasión movilizadora que nace del miedo al derrumbe y a la pérdida. Su intención es la de perpetuar los elementos nucleares del beneficio empresarial, la economía de mercado y la propiedad privada, pero inscrito en un retorno comunitario que borre todo rastro de la Ilustración y de todo lo acontecido desde 1789 en adelante. Ese miedo al derrumbe y la percepción de una sociedad corrompida, junto con el miedo individual a caer y a verse desplazado o reemplazado, cultiva un resentimiento que desemboca en el deseo de

que alguien más elevado pueda ejercer un poder ilimitado sobre uno mismo.

Rearme ideológico

Hayek acierta cuando afirma que “para que las viejas verdades mantengan su impronta en la mente humana deben reintroducirse en el lenguaje y los conceptos de las nuevas generaciones.” Él se refiere a la tradición liberal, pero podemos hacer nuestra esa pretensión, siempre y cuando no entendamos por mantener las viejas verdades hacer como si 2025 fuera 1917 y olvidemos aquello del análisis concreto de la realidad concreta

Para recuperar hoy la potencia de la tradición revolucionaria hace falta política, y no repetir salmos aprendidos de memoria basados en una concepción estática de la clase y la historia. Hace falta que la izquierda abandone de plano la lógica sacerdotal del pecado, el castigo, la culpa y el victimismo. Ese narcisismo colectivo puede ser asfixiante y generar un sectarismo contraproducente. Necesitamos que la izquierda abandere el espíritu de la autonomía contra el moralismo, que defienda la liberación y busque erotizar a la sociedad en lugar de juzgarla y fiscalizarla, a ver si cumple con todos los requisitos en todos los temas. No hay que exigir; hay que ofrecer, atraer e incorporar a toda una diversidad de gente en un mundo compartido que, por definición, tiene que ser rugoso, con incoherencias y contradicciones. Incluir a las minorías en un proyecto de mayorías en el que todas las personas, por razones distintas, tienen algo que ganar. Por supuesto, no todo vale: no hay política si todo tiene cabida. Se trata de aislar a una minoría fascista, pero no de rechazar per se cosas que nada tienen de necroliberal.

Teniendo todo esto en cuenta, dejemos atrás las lamentaciones, que no valen nada y, como recuerda Nietzsche, proce-

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den siempre de la debilidad, ya sea porque se culpa a otros o porque nos culpamos a nosotros mismos. Centrémonos en buscar un porqué por el que vivir y luchar. ¿Qué puede ofrecer la izquierda en el momento actual? Más allá de diagnósticos, de calificaciones y descalificaciones a propios y extraños, más allá de mostrar y demostrar que uno u otro es más revolucionario o pragmático por cómo se auto concibe, ¿qué horizonte se ofrece partiendo de la realidad cultural, económica antropológica y social contemporánea?

La democracia, como pasión movilizadora, necesita del deseo como fuerza motriz: hacia dónde te quieres ver y lo que puedes conseguir. El rearme ideológico del proyecto político, que hace indisociable el ejercicio de la libertad con el de la igualdad, pasa por volver a colocar la dimensión del tiempo como el núcleo central de la democracia. Tiempo, autonomía y libertad. Hay un elemento fundamental que explica la apropiación reaccionaria de la “libertad”. Más allá de los casos concretos, países y perfiles, todos comparten la proyección de algo que la izquierda necesita recuperar: la capacidad de ofre-

cer agencia y la promesa de autonomía; es decir, poder ser “el arquitecto de tu propia vida.”

Se plantean dos horizontes. El necroliberal, donde no existe la libertad del individuo en relación con otro individuo, sino la libertad del capital para machacar al trabajador: se celebra la falta de tiempo, el exceso de trabajo, y se desprecia a quienes no aguantan. Y el de la democracia socialista, donde el libre desarrollo de todas las personas es la condición para el libre desarrollo de cada individuo: se blinda el tiempo libre, todos pueden desarrollar su potencial, y se desprecia a quienes quieren privatizarlo. Siervos vs libres

Por último, es fundamental crear lazos, canales y estructuras locales e internacionales; tejer una red de instituciones que den soporte cultural y difusión a las ideas y a los proyectos: campamentos, scouts, universidades, medios, plataformas, think tanks, fundaciones, escena musical y cultural, comedores, y un largo etcétera de necesidades. Aquí me voy a centrar en dos temas: la importancia de vincular vivir bien con la productividad y su relación con la igualdad.

Horizonte productivo

En términos marxianos, concretamente basándose en el fragmento sobre las máquinas de los Grundrisse, el aumento de la productividad en el capitalismo es una condición necesaria, pero no suficiente, para avanzar al comunismo. Digamos que la productividad es la condición de posibilidad para disfrutar y expandir, entre más gente, el tiempo libre.

A pesar suyo, el capitalismo libera tiempo del trabajo, pero

lo traduce en una mayor dependencia al mismo. Es en esa tesitura donde el conflicto por democratizar el tiempo libre, la

Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner

Argentina: El laberinto del siglo

lucha de clases obliga al capital a seguir incrementando la productividad. Pero ¿no aspiramos a un paradigma de vida que no esté tampoco centrado en la productividad? La paradoja es que, en la productividad, anida la posibilidad de emanciparse de aquella relación que la produce: el trabajo aboliéndose a sí mismo puede ser liberador u opresor, dependiendo de quién se apropia del tiempo.

¿Cómo era viable en Grecia la democracia? Con esclavos que permitían la liberación de la necesidad de quienes podían ser libres e iguales. ¿Qué puede sustituir esa esclavitud? La productividad que acabe haciendo del trabajo una base miserable de la riqueza.

cos que, a su vez, mejoran la productividad. Ser más eficaces para vivir mejor, y vivir mejor para ser más eficaces.

¿Cómo incluir este horizonte de abolición del modo de producción capitalista en un aterrizaje cotidiano? Pensemos en las pensiones y los salarios: el problema son los salarios, no las pensiones. El problema de los salarios es la baja productividad (aunque ni siquiera suben acorde a la productividad), y el problema de la productividad es el capital perezoso y el excesivo peso de sectores que generan poca riqueza.

Necesitamos incorporar en un mismo plano todas las secuencias derivadas del vivir mejor: no solo es más justo, no solo es más ético, sino que, además, es más eficaz. Ahorra dinero e impulsa la innovación productiva y reduce el gasto de los efectos negativos de vivir mal.

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Elevar el suelo de las condiciones de vida también es la mejor palanca para impulsar cambios en el modelo productivo. La solución pasa por elevar la seguridad del trabajador y su autonomía para rechazar el trabajo; evitar que el trabajo sea barato, incentivando así la inversión en tecnología e innovación, y, paralelamente, impulsar desde el Estado la transición a sectores que generen más riqueza, especialmente los vinculados al campo ecológico. Más productividad para mejores salarios, más tiempo libre y mejores servicios públi-

La disputa económica es, primero de todo, una disputa discursiva. ¿Cuánto dinero le cuesta a la sociedad reproducir la desigualdad y las malas condiciones de vida? ¿Cuántos negocios viven de que la gente viva mal?

La desigualdad mata, la desigualdad limita la libertad y supone un lastre para la economía. La desigualdad es un disolvente de la democracia. La desigualdad no es un mero dato aislado: es el indicador de toda una secuencia de efectos negativos que se derivan de ella, con impacto transversal en todos los ámbitos.

Sale más caro pagar los servicios de tu bolsillo que con una fiscalidad progresiva. Sale más caro pagar las consecuencias del cambio climático que frenarlo. Sale más caro pagar la desi-

Javier Milei con mienbros de VOX

gualdad que la igualdad. Sale más caro vivir mal que vivir bien: la mala alimentación, la pobreza infantil, la contaminación, dormir mal, la falta de vivienda asequible, la precariedad laboral y un largo etcétera de elementos perjudiciales para la salud, las relaciones sociales y la economía. La desigualdad es un despilfarro que cuesta mucho dinero y nos hace ser más improductivos: un lastre.

El coste vital y económico derivado de la desigualdad –es decir, de vivir peor– es enorme: alimentación, sueño, tiempo, estrés, contaminación, hábitos… El beneficio vital y económico de vivir mejor también es enorme. Es necesario otorgar un sentido integral a nuestra defensa de lo que implica vivir mejor dentro del horizonte emancipatorio donde todo desemboca.

¿Y vivir mejor para qué? Para ser libres de la necesidad, libres de la coacción salarial, libres para que cada uno aporte a la sociedad según su capacidad y obtenga según su necesidad: “Solo desde la abundancia persigue lo bello la mayoría, y de ahí también la amistad más bella.” (Aristóteles)

La igualdad de nuestra libertad

El proyecto de la igualdad solo es posible si, al mismo tiempo, es el proyecto de la libertad: el igual derecho de todas las personas a ejercer la libertad. Emancipación significa considerar a la igualdad como una premisa, como un punto de partida y no como horizonte, ya que incluso el esclavo del Menón, en Platón, puede ser capaz de demostrar un problema geométrico. Esa es la igualdad de las inteligencias.

Esto no significa que las habilidades o el conocimiento de cualquier individuo sean los mismos; no significa que todas las opiniones sean igual de válidas. Significa que cualquiera, en unas condiciones dadas, puede realizar una serie de operaciones y razonamientos. Esto es, que cualquier individuo cuenta con la capacidad de la inteligencia, y que su

Argentina: El laberinto del siglo

despliegue debe liberarse de la coacción de la necesidad.

La igualdad es la condición previa para garantizar que cualquiera tenga la libertad de ser diferente. La izquierda tiene que plantearse qué libertad defiende, y para eso, primero necesita aclarar qué igualdad quiere. ¿La igualdad del capital, como equivalencia general y su capacidad ilimitada de incorporar toda diversidad bajo un único criterio: el de la forma mercancía? ¿La igualdad del Leviatán en Hobbes, donde somos iguales porque podemos matar a nuestros semejantes, lo cual nos conduce a una igualdad de miedosos que lo ceden todo a un poder de mando absoluto? ¿La igualdad como abolición de la diferencia y la singularidad?

¿O, más bien, la igualdad como base del desarrollo de la potencia de obrar, de la singularidad, del desarrollo del instinto, de la inequivalencia de seres iguales porque son incomparables, porque no son intercambiables? La izquierda tiene que defender una igualdad que sea fuente de potencia, posibilidad, innovación, diversidad, inteligencia; que desprecie la moral de esclavo: democracia como aristocracia igualitaria. La igualdad aristocrática, donde lo importante no es aspirar a

que los de arriba vivan lo que experimentan los de abajo, sino a que los de abajo accedan a la calidad de vida que tienen los

Represión a jubilados por el gobierno de Milei

Argentina: El laberinto del siglo

de arriba; que lo mejor pueda ser para cualquiera, y que cualquiera pueda ser el mejor. Que al resto le mejore la vida es condición para mejorar la mía; que mejorar mi vida no sea a costa de empeorar la del resto.

Nietzsche hablaba de una doble especie de la igualdad: una como deseo de rebajar a todos los demás al propio nivel, o como deseo de elevarse con todos. Persigamos la segunda. La izquierda no tiene que ser –asistencialista, uniformadora, abrasiva y portadora de una idea de Estado como sinónimo de pater–, pero puede ser –garante del desarrollo autónomo, apertura, diversidad, innovación y disrupción–.

La igualdad que iguala hacia arriba, la igualdad que fomenta la emulación:

“ Hay que deshacer a toda costa el viejo prejuicio absurdo, salvaje, infame y odioso, según el cual solo las llamadas ‘clases superiores’, solo los ricos o los que han pasado por la escuela de los ricos, pueden administrar el Estado” –Lenin

ofreciendo garantías que reduzcan la capacidad coercitiva de las fuerzas del mercado. El imaginario no puede ser aquel donde el Estado destina dinero para que la gente se mantenga ocupada en cosas que, aunque no quieran, se le indican como deseables. No se trata de planificar la economía con ese objetivo —mantener ocupada a la gente—, sino de garantizar la autonomía, la seguridad, el margen de acción y elección, para que esa misma gente pueda buscar lo que necesita y en qué mantenerse ocupada.

Thatcher aseguraba que el socialismo convertía al espíritu humano en un pájaro enjaulado, donde tiene abrigo y comida, pero carece de la libertad para salir volando y vivir su propia vida. La democracia como aristocracia igualitaria tiene que garantizar lo primero para asegurar lo segundo.

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Borremos todo rastro de envidia para promover la emulación. ¿Qué induce a la envidia? Que el otro tenga. ¿Qué busca el envidioso? Que el otro no tenga. ¿Qué induce a la emulación? Que uno no tenga. ¿Qué busca el emulador? Acceder, conseguir, tener. Así pues, la emulación, a diferencia de la envidia, no se produce porque el otro tenga, sino porque nosotros no lo tenemos. La emulación busca alcanzar algo; la envidia, que el otro no lo alcance. El socialismo debe activar la emulación para desplegar el talento impedido por el capitalismo y desarrollar el espíritu emprendedor del 99 % de los obreros

Tenemos que defender el papel del Estado tal y como Hayek describe el uso del conocimiento: no “para moldear los resultados como el artesano moldea sus obras”, sino para “cultivar el crecimiento mediante la provisión del ambiente adecuado, a la manera en que el jardinero actúa con sus plantas.” Con la diferencia de que, a diferencia de lo que él defiende, el ambiente adecuado pasa por un Estado que haga de palanca,

No defendemos una igualdad don de todos seamos lo mismo, sino todo lo contrario: el “sí mismo” de cada uno es una característica común a todo ser humano. La igualdad es posible sí, y solo sí, como condición de posibilidad para que cada uno sea diferente y pueda contar con la fuerza efectiva para hacer valer su individualidad ( Marx ), no para anularla

Aristóteles afirmaba que no formamos una comunidad solo para vivir, sino que la hacemos para vivir bien. Los griegos entendían que la polis era el lugar, el medio, el espacio a través del cual se alcanzaba lo que llamaban la eudaimonía; es decir, el florecimiento, la prosperidad, la felicidad: eu es “bueno”; daimonía es el daimon, el demonio, el genio que habita en nosotros, que, antes del cristianismo, no tenía una connotación maléfica.

La izquierda necesita hacerse de nuevo con ese daimon, con ese duende que permita volver a contagiar al sentido común, cargado de una fuerza afirmativa con voluntad de poder. Luchar por vivir la vida de tal modo que deseemos volver a vivirla exactamente igual, una y otra vez

Argentina: El laberinto del siglo

"Milei derivó del cansancio de los argentinos tras un siglo de decadencia"

Entrevista a

Carlos Rodríguez Braun

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En línea con nuestro compromiso con el debate plural, El Viejo Topo entrevista al economista liberal Carlos Rodríguez Braun, cuyas tesis sobre la crisis argentina y el gobierno de Javier Milei divergen de nuestra perspectiva. Aunque disentimos de algunos de sus diagnósticos, consideramos indispensable escuchar voces críticas que desafíen los consensos progresistas. Publicamos este diálogo para confrontar ideas, no para avalarlas: porque sólo en la controversia rigurosa se fortalece la democracia intelectual.

Profesor Rodríguez Braun, desde su perspectiva liberal, ¿cuál considera la raíz última de la crisis argentina: el exceso de gasto

Carlos Rodríguez Braun

Argentina: El laberinto del siglo

público, la falta de instituciones sólidas o la cultura política intervencionista?

Los tres están relacionados, pero posiblemente el deterioro institucional sea más importante, puesto que hay países con cultura intervencionista y elevado gasto público, como muchos en Europa, por ejemplo, pero cuya riqueza económica y bienestar social no se han desplomado como en la Argentina.

—¿Fue el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner un ejemplo paradigmático de cómo el populismo económico destruye capital social y productivo?

¿O cree que existen matices?

El populismo kirchnerista fue el último capítulo de políticas antiliberales

Existen muchos matices, desde luego, y sobre todo mucha historia. El populismo kirchnerista fue solo el último capítulo de un siglo de políticas antiliberales acometidas prácticamente por todos los gobiernos: democráticos y no democráticos, radicales, peronistas, todos. Y en ese “todos” hay que incluir a

los conservadores, porque, al revés de lo que muchos piensan, la catástrofe argentina no la inauguró el peronismo, sino los gobiernos conservadores en la década de 1930, que rompieron con la tradición liberal que había impulsado desde 1880 a la Argentina desde una modesta línea de salida hasta las mayores cotas de nivel de vida del mundo. Algunos políticos peronistas de los años 1940 y 1950 se defendían de las críticas alegando que solo proseguían con el intervencionismo anterior de la derecha. Era verdad. Los peronistas lo profundizaron en su volumen y arbitrariedad, y sus sucesores también lo hicieron, con consecuencias económicas, políticas y sociales desastrosas. Quienes reprochan a Milei por causar un aumento exponencial de la pobreza no han mirado las cifras: la pobreza ha ido en aumento en la Argentina desde hace mucho tiempo, y el populismo kirchnerista sólo fue el último (aunque especialmente calamitoso y desvencijado) ejemplo del antiliberalismo que la ocasionó.

Milei promete reducir el Estado con la intensidad de un libertario, pero gobierna con pactos políticos tradicionales. ¿Es esta contradicción insuperable o una pragmática necesidad transitoria?

Muchos gobiernos del mundo, empezando por el de España, se basan en pactos políticos. Es evidente que la reducción del Estado es muy difícil en cualquier país, tanto por los fuertes intereses creados como por los prejuicios predominantes. Milei ha reducido el gasto y el déficit públicos, y de ahí su éxito en términos de inflación y, en cierta medida, de crecimiento económico y contención de la pobreza. Pero no ha resuelto el problema de fondo, porque el recorte del gasto se basó en bajar casi a cero la obra pública, y a la inflación está ayudando la revalorización del tipo de cambio. Ambas estrategias no pueden durar, y producirán efectos muy perjudicia-

/ El Viejo Topo 453/ octubre
Cristina Fernández de Kirchner

Argentina: El laberinto del siglo

les si la economía argentina no se recupera con más dinamismo en un plazo relativamente corto. Recordemos que esas estrategias han sido utilizadas en el pasado en muchos países, y el recurso al tipo de cambio artificial como ancla anti-inflacionaria se ha repetido varias veces en la Argentina. Sin éxito.

Argentina es el país que más acuerdos ha firmado con el FMI. ¿Refleja esto la irresponsabilidad local, la ingenuidad del organismo, o un círculo perverso donde ambos se necesitan?

El FMI no ha sido ingenuo jamás, igual que no ha sido liberal jamás. Se trata de un organismo político, creado por los políticos con el objetivo de financiarse mejor, a costa de los contribuyentes, y de evitar o retrasar las medidas liberales. Siempre ha servido a los Estados, que para eso lo inventaron, y nunca ha recomendado que bajen los impuestos, que financian la nutrida burocracia del FMI, que cobra jugosos sueldos –por cierto, libres de impuestos. Se cubrió de gloria prestándole cuantiosas sumas de dinero a los gobernantes argentinos, que, por supuesto, no lo devolvieron. Relevante responsable de esa dilapidación fue Christine Lagarde, a la que en cualquier empresa privada habrían despedido, pero que fue nombrada presidenta del Banco Central Europeo. Es una ilustrativa muestra de la diferencia entre la política y el mercado.

La dolarización es sin duda una solución radical, pero al parecer a muchos argentinos les gusta, porque llevan tiempo ahorrando en dólares y utilizando esa moneda para defenderse de las usurpaciones de las autoridades. Por cierto, lo que realmente es “un salto al vacío institucional” es haber degradado la moneda nacional, robándole al pueblo argentino durante décadas mediante el “impuesto inflacionario”.

—El kirchnerismo sobrevivió crisis profundas y Milei ganó con discurso antisistema. ¿Demuestra esto que Argentina valora más el relato emocional que los resultados económicos?

Si Milei es “antisistema”, no sé muy bien qué “sistema” es el kirchnerismo, posiblemente el gobierno más corrupto de la historia democrática argentina (aquí en España la izquierda y la derecha han probado que a la hora de robar tampoco son mancas). Y fundado, como el socialismo de todos los partidos, desde el comunismo hasta el fascismo, en relatos emocionales, siempre mentirosos, y con el resultado económico sistemático de la miseria del pueblo.

El socialismo en todas sus variantes ha arruinado

Tras décadas de controles de precios y emisión descontrolada, ¿es la dolarización la única solución radical contra la hiperinflación o un salto al vacío institucional?

La inflación es un fenómeno monetario. Hay gente que cree que esto lo inventó Milton Friedman, cuando la teoría la elaboraron los sabios españoles de la Escuela de Salamanca en el siglo XVI. La inflación argentina se debe, efectivamente, a la “emisión descontrolada” para financiar los déficits públicos. Ningún control de precios ha funcionado en la Argentina ni en ninguna parte: es una medida que lleva fracasando 40 siglos.

Mi conjetura es que la victoria de Milei derivó del cansancio de los argentinos tras un siglo de decadencia, un kirchnerismo irrecuperable, y quizá la esperanza de regresar a la próspera Argentina liberal –analizo estos temas en mi reciente libro: “El pensamiento de Milei” (LID Editorial).

En algunos sentidos, Milei captó esa demanda potencial de liberalismo con especial acierto. Por ejemplo, en la reducción de la burocracia que, en la Argentina como en España, sirve para crear chiringuitos donde alimentar con nuestros impuestos a inútiles de todos los partidos; en la liberalización del precio de los alquileres, que, como era de prever, inmediatamente produjo un aumento de la oferta de pisos y una moderación de sus precios; y en la notable desaparición de los “piqueteros”, que, lejos de representar una “protesta social” injusta -

Argentina: El laberinto del siglo

mente “criminalizada”, eran matones políticos profesionales que, con el dinero de las trabajadoras, se dedicaban a maltratar a esas mismas trabajadoras –Milei dijo que quien cortaba una calle dejaba de cobrar subsidios y las calles ya no fueron cortadas, con gran alegría de la clase obrera. Es posible, como digo, que segmentos importantes de la población desconfíen del espejismo de la izquierda y de consignas como que la privatización y la desregulación sacrifican los bienes comunes a intereses privados. Esta fantasía idolátrica del Estado –que cultivan muchos supuestos antifascistas que ignoran que coinciden puntualmente con el fascismo–puede despejarse a medida que los votantes van percibiendo que “lo público” es lo privado de los políticos, mientras que lo privado es realmente público, en el sentido de que el público es libre de pagarlo o no.

Por fin, y hablando de libertad, el “anarcoliberalismo” de Milei se parece a sus políticas concretas como un huevo a una castaña.

—Subsidios, planes sociales y provincias deficitarias: ¿Cómo desmontar este ‘keynesianismo perverso’ sin desatar un estallido social? ¿Es posible?

Existe una antigua propensión a pensar que la sociedad estalla si no hay Estado o si el Estado se reduce, y se da por supuesto que los estallidos tienen razones objetivas, especialmente económicas, y exclusivamente capitalistas, que supuestamente encienden la mecha de la revolución en nombre del pueblo y contra “una minoría de usurpadores” como escribió Marx en el brillante final del capítulo XXIV del primer volumen de “El Capital”. No por extendido este camelo deja de ser un camelo. Las revoluciones casi nunca son estallidos populares sino manipulación del pueblo a cargo de unas minúsculas elites de las clases privilegiadas, que manipulan a la gente como manipulan todo para conquistar el poder y

desde allí arrasar con los derechos y las libertades de los trabajadores.

Como he dicho antes, la reducción del gasto del Estado es difícil, y en la Argentina ahora se complica por las protestas provinciales, pero quizá lo sea menos cuando, como en el caso argentino, el Estado es clamorosamente oneroso e ineficiente, cuando no descaradamente corrupto. En todo caso, no parece probable que sea un fenómeno apacible, porque el propio Estado se ocupa de generar dependencia, como se ocupa de generar pobreza y paro.

El keynesianismo no es una perversión, sino el sentido común de una población numerosa, y la bandera de abundantes intelectuales y de prácticamente todos los políticos de todos los partidos. ¡No puede haber tanta gente perversa! Son personas bienintencionadas que creen sinceramente que no se nos puede dejar en paz y en libertad, y que necesitamos ser siervos del poder, que nos cuidará abnegada y desinteresadamente a todos.

Derechos adquiridos vs. reformas: Las protestas contra el ajuste muestran que amplios sectores perciben el Estado benefactor como un derecho. ¿Cómo cambiar esta mentalidad sin autoritarismo?

Los gobiernos se basan en pactos políticos

Es que la mentalidad ya está cambiado debido al autoritarismo. Acabo de señalar que el sentido común hegemónico conduce al Estado redistribuidor y a los “derechos”, de los que nuestro tiempo ha registrado una extraordinaria inflación. Nunca se ha hablado tanto de derechos como ahora, pero siempre son derechos que la política concede, derechos “sociales”. La característica fundamental de esos derechos, igual que la justicia “social”, es que no se pueden conferir sin violar otros derechos, singularmente el derecho de propiedad de los trabajadores sobre sus salarios y la libertad de contratar con lo que es suyo. Por eso, al final, y a pesar

Argentina: El laberinto del siglo

de la propaganda del antiliberalismo, los trabajadores dan la espalda a la izquebrantadora de derechos. El Estado, en efecto, no puede hacer cosas por la gente sin hacerle cosas a la gente, desde quitarle el dinero hasta recortar su libertad en numerosos campos con toda suerte de regulaciones, controles y prohibiciones –es particularmente sangrante que la izquierda no solo no ha protestado frente a las incursiones del poder contra trabajadores inocentes que fuman o conducen (en especial vehículos diésel), sino que las ha protagonizado con reaccionario fanatismo, igual que ha desencadenado con su intervencionismo un brutal encarecimiento de la vivienda. Los ciudadanos pueden rechazar ante estas acometidas liberticidas supuestamente progresistas, pero en realidad muy reaccionarias, y dejar de votar a la izquierda y de creer en sus espejismos, como que la política ha abandonado a la gente, o que la democracia está en peligro, o que el mercado libre

aumenta la pobreza. Es al revés: los Estados han crecido en todo el mundo, a pesar del supuesto “neoliberalismo” estaticida o, aún peor, un pretendido “fundamentalismo de mercado” que nunca existieron; hay en el mundo tras la caída del Muro más democracia que nunca en la historia; y la pobreza jamás es producto del liberalismo sino de la coacción intervencionista como lo prueba la historia criminal del fascismo, el nazismo y el comunismo.

—Cómo limitar el poder coercitivo de los sindicatos sin vulnerar la libertad de asociación? ¿Es el modelo español de negociación colectiva un ejemplo?

Es muy importante ayudar a los sindicatos, que siempre contaron con el respaldo de los liberales, desde el propio Adam Smith en adelante, precisamente porque el liberalismo defiende la libertad de asociación. Por desgracia, muchos sindicatos han abrazado el antiliberalismo más cochambroso, y la consecuencia (aparte de los casos de corrupción, notorios en la Argentina) ha sido que en casi todos los países los sindicatos han entrado en una imparable espiral de descrédito. Es difícil que superen esta situación si insisten en su antiliberalismo y sus abrazos a los políticos más hostiles a la libertad y los derechos de las trabajadoras. Les recomendaría que empezaran a defender esos derechos. Por ejemplo, no creer que la fiscalidad justa es subir los impuestos sino bajarlos, y alejarse de mensajes disparatados como promover la banca pública, como si no supiéramos lo que sucedió en España cuando los políticos y los sindicalistas se hicieron con el control de las cajas de ahorro: una quiebra monumental y millones de euros que los trabajadores se vieron forzados a pagar. Otro consejo es abandonar la idea de que la austeridad es mala si los políticos reducen su gasto, pero es buena si lo aumentan, obligando a pagar a las trabajadoras. Por fin, el modelo español de negociación colectiva no es ni una cosa ni otra. Es una imposición de unos grupos reducidos al conjunto del pueblo, con grave daño a los más vulnerables. El sindicalismo debía ser el prime-

Carlos Rodríguez Braun

Argentina: El laberinto del siglo

ro en denunciar esta conspiración y en propugnar la negociación a escala empresarial, sin forzarla sobre el conjunto del pueblo

—Tras 70 años de decadencia, ¿ve signos genuinos de cambio estructural o cree que Argentina está condenada a repetir ciclos de populismo y ajuste?

No son 70 años sino un siglo, como he dicho: fue la derecha la que empezó con el antiliberalismo que después profundizó la izquierda. Por cierto, la falsa distinción entre derecha e izquierda, cuando lo que importa es la distinción entre liberales y antiliberales, se aplica también en España. Si vemos los recortes de derechos del pueblo, aquí los aplicaron todos los partidos. Dice ahora Feijóo que bajará los impuestos, pero Rajoy dijo lo mismo y los subió. El antiliberalismo de Vox es, por supuesto, flagrante.

Hablar de ciclos de populismo y ajuste sugiere que no tienen la vinculación estrechísima que en verdad tienen. Los ajustes, igual que la austeridad, tienen mala prensa en la izquierda, cuando son consecuencia directa de su dispendiosa irresponsabilidad. Despo tricar contra la austeridad es como lamentar la resaca, pero no la borrachera que la produjo.

Es falso que la austeridad genere más crisis, al contrario, la austeridad es generada por las crisis producidas por el incremento del gasto público.

No tiene nada de progresista, como he dicho, condenar los recortes y ajustes del gasto, pero aplaudir los recortes y ajustes de los salarios de las trabajadoras obligadas a financiar ese gasto –esos sí que son ajustes “salvajes”.

No sé si hay cambios estructurales ni sé lo que va a pasar. Lo único que sé es que el socialismo en todas sus variantes ha arruinado al pueblo argentino, que por primera vez en cien años puede conceder una oportunidad al liberalismo que

tanto lo benefició en el pasado. El Gobierno de Milei puede salir mal, pero el pánico que ha suscitado en la izquierda sugiere que igual puede salir bien, lo que sería devastador para los socialistas de todos los partidos. Lo habitual es que hoy tengamos todos los días noticias malas sobre Milei y sobre Díaz Ayuso. No es, por supuesto, casual.

Pero, insisto, desconozco el futuro. Solo el marxismo presume de conocer las leyes de la historia. Aprovecho, por tanto, para terminar, agradeciendo la apertura de miras de “El Viejo Topo” al invitar a sus páginas a otro viejo, pero liberal, yo mismo; y para recordar, hablando de arrogancias marxistas sobre la historia, el libro que me hizo empezar a dudar del marxismo hace casi cincuenta años: “La miseria del historicismo”, de Karl Popper en Alianza Editorial, que tradujo mi maestro, Pedro Schwartz, y que me lo recomendó para que despertara de mis sueños juveniles izquierdistas. Mucho tiempo después, y también gracias a Schwartz, tuve la fortuna de conocer a Popper, que en su juventud se había afiliado al Partido Comunista de Austria. Le pregunté por qué había dejado de ser de izquierdas, y me respondió: “Descubrí que los comunistas son muy mentirosos” ■

En Madrid 2017

FILOSOFA, QUE ALGO QUEDA

k~ÇáÉ=~=ä~=áòèìáÉêÇ~

Si realmente nos asusta el ascenso de la extrema derecha, no deberíamos desentendernos de sus verdaderas causas. Se necesita advertir, además del actual proceso de disgregación social, el acelerado desprestigio de la izquierda política.

Muy pocos de los Jeremías que se lamentan del aparentemente imparable ascenso de la extrema derecha se paran a pensar en cuáles puedan ser las causas de este fenómeno (o, si nos ponemos en plan kantiano, cuál puede ser la naturaleza de su «noúmeno»).

Aparcando de momento la cuestión (no estrictamente aca-

démica, aunque algo tiene de eso) de si la extrema derecha (o derecha extremista) actual tiene algo, mucho, poco o nada que ver con el fascismo histórico (aparcamiento que viene justificado por la moraleja de la fábula de Iriarte sobre los galgos y los podencos), nos centraremos en los factores, sean determinantes o simplemente condicionantes, que podemos considerar favorecedores de ese inquietante proceso.

FILOSOFA, QUE ALGO QUEDA

La tesis «la sociedad no existe»

[1] El primer factor es, sin lugar a duda, objetivo: la degradación de los vínculos sociales propiciada por el capitalismo tardío y su expresión cultural posmodernista, certeramente analizados por Fredric Jameson. Hay múltiples términos aptos para caracterizar ese proceso involutivo: atomización del mundo del trabajo, deshilachamiento del tejido social, disolución del demos (el antiguo «pueblo llano»), saqueo de los bienes comunes (negación, incluso, de la existencia de cualquier bien común).

Elevación, en su ma, de la tesis thatcheriana («la sociedad no existe») a profecía autocumplida. Por lo que respecta a España: ¿qué porcentaje de los nacidos después de 1968 es capaz de captar sin rechazo el significado político de la comedia de Lo pe de Vega Fuent e ovejuna?

[2] El segundo factor es subjetivo: la abducción de la izquierda por el lado «amable» (es un decir) del orden (otro decir) neoliberal. Lo cual, a su vez, viene a ser la resultante de factores como:

fue una profecía

autocumplida

b) El desmesurado aumento del poder económico de la clase dominante, que frena en seco cualquier veleidad redistributiva seria del poder político de turno (hasta el concepto mismo de «nacionalización» ha desparecido del lenguaje de la economía al uso).

c) La ilusa ensoñación de los actuales herederos de las organizaciones de izquierda tradicionales de que se puede erosionar significativamente el poder del capital concentrando la lucha en el campo de los derechos civiles y de jando en se gundo plano el de los derechos sociales (un fabulista moderno diría que los antiguos leones revolucionarios de la izquierda han mutado en cínicas zorras pseudorreformistas para las que las uvas de la de mocracia eco nó mica siempre es tán verdes).

a) Los progresivos cambios en la composición social de la masa asalariada, cada vez más polarizada entre un precariado (con importante presencia de no nativos) políticamente irrelevante y un gran contingente de empleados del sector servicios con estudios secundarios o superiores, para quienes la promoción social individual se presenta (con razón o sin ella) como más fácil que por la vía de la lucha sindical.

d) La consabida búsqueda de alternativas ante el descrédito de los partidos políticos convertidos en tribus endogámicas al servicio del sistema, búsqueda que siempre acaba en el mismo callejón sin salida: el «es pon taneísmo» asambleario sin ningún tipo de estructura organizativa estable, el «mo vimentismo» ignorante de la imposibilidad del mo vimiento perpetuo, que funciona de facto como válvula de seguridad que evita explosiones sociales realmente peligrosas para el poder dominante (encantado de que la gente se entretenga ocupando plazas en lugar de ocupar edificios gubernamentales o empresas).

PSOE, el partido que más tiempo ha gobernado en Espana
Yolanda Díaz celebrando el Orgullo Gay en Hungría

De modo que en las autopistas de la política cada vez hay más conductores respetuosos del «có digo» que pros cribe circular habitualmente por la izquierda.

La izquierda resultante es, en el mejor de los casos, liberal FILOSOFA, QUE ALGO QUEDA

En España, al menos, la cosa viene de lejos. Como mínimo de los primeros gobiernos de Felipe González, que hizo norma básica de su política el no dejar a nadie a su izquierda. Y no precisamente en el honesto sentido de ocupar él ese espacio con las políticas propias del mismo, sino en el muy deshonesto de torpedear a mansalva a todos los que intentaran hacerlo y prefiriendo siempre pactar a diestro antes que a siniestro. A diferencia, por ejemplo, del entonces alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, que en más de una ocasión dejó claro que prefería verse en el consistorio con rojos declarados antes que con presuntos rojos desteñidos: consideraba importante tener al lado gente que le tirara de las orejas si se corría demasiado a la derecha.

Pero la estrategia de no dejar a nadie adelantar por el carril izquierdo no ha sido exclusiva de este país. Otro tanto ha venido ocurriendo en Francia (salvo el breve paréntesis del «programa común» del primer gobierno de Mitterrand), en Alemania y no digamos ya en Italia, donde Aldo Moro pagó con su vida el intento de llegar a un acuerdo con el PCI.

de facto con la derecha liberal (donde hay que incluir, por supuesto, al PSOE), tanto en política nacional como internacional, buen número de objetivos interclasistas ciertamente encomiables, como las políticas de igualdad entre sexos o las medidas para frenar el cambio climático, pero también otros objetivos mucho menos encomiables, como el puntual seguimiento de las directrices de la OTAN y la política de rearme.

Entonces, cuando una sociedad presa de la inseguridad generada por el sistema económico imperante ve ante sí unas fuerzas políticas nominalmente democráticas que parecen peleadas como verduleras en asuntos que no afectan seriamente al núcleo del sistema, pero parecen suscribir tácitamente el acuerdo de no ofrecer ninguna alternativa global a éste, no es difícil entender que muchos descontentos busquen ilusamente soluciones en quienes prometen una ruptura del statu quo en algunos de sus elementos más visibles (pero dejando inactas las piezas fundamentales del mecanismo, que debe, por supuesto, seguir funcionando eficazmente para la promoción social individual... de los que puedan).

La izquierda resultante de toda la serie de procesos mencionados hasta aquí es, en el mejor de los casos, una izquierda «liberal» que rápidamente desmiente su liberalismo cuando se ve criticada desde su izquierda, críticas a las que suele responder airadamente con acusaciones de «rojipardismo» (curiosa variante de la vieja acusación de «totalitarismo» con que los ideólogos de la derecha liberal –Hannah Arendt, ay, entre ellos– han solido meter al comunismo en el mismo saco que al fascismo).

Esa izquierda gatopardista, que reduce la acción política a escaramuzas verbales con la derecha conservadora, comparte

Lo cual, en el caso de España, se ve agravado p or la desgraciada circunstancia de que gobierne una coalición variopinta pero mayoritariamente autodeclarada de izquierdas que rompe moldes en cuanto a mendacidad pública y utilización partidista de las instituciones del Estado, lo que no puede sino redundar en el desprestigio de la etiqueta izquierda. Si encima resulta que la derecha mayoritaria y presuntamente «moderada» comparte con el principal partido del gobierno el dudoso honor de estar pringada en innumerables casos de corrupción, ¿qué tiene de extraño que la derecha extremista suba cada día en las en cuestas?

Y last but not least: ¿Nadie recuerda las declaraciones de Pablo Iglesias en 2015 renegando del apelativo «izquierda»? He ahí otra profecía autocumplida ■

Memoria y sanaciónRomería

Carla Simón

(2025 )

Romería

Reparto:

Tristán Ulloa, Miryam Gallego, Janet Novás, José Ángel Egido, Sara Casasnovas, Llúcia Garcia, Celine Tyll, Mitch. Ficha Técnica:

Dirección y guion: Carla Simón ; Producción: María Zamora y Carla Simón ; Fotografía: Hélène Louvart; Montaje: Sergio Jiménez y Ana Pfaff; Música: Ernesto

Sinopsis:

Galicia, 2004. Marina (Llúcia García), una joven de 18 años, llega desde el otro extremo de España a las brumosas costas de Vigo. Oficialmente, viaja para recoger un documento que necesita para una beca universitaria. Pero su verdadera misión es íntima y dolorosa: reconstruir la historia de sus padres, fallecidos poco después de su nacimiento a causa del SIDA, durante los años oscuros de la heroína.

Los protagonistas de «Romería», la película de Carla Simón, desfilan por la alfombra roja de Cannes

Carla Simón, una de las voces más personales y conmovedoras del cine español contemporáneo, regresa ocho años después de su aclamada ópera prima Estiu 1993 (2017) con Romería (2025), una película que trasciende lo autobiográfico para convertirse en un acto de sanación colectiva. Más que una simple narración, Romería es una inmersión sensorial, un viaje emocional tejido con los hilos frágiles de la memoria, el dolor silenciado y la búsqueda incansable de pertenencia. Ovacionada en el último Festival de Cannes, el largometraje es una suerte de «éxtasis de la comunidad», pues en su núcleo palpita la necesidad humana de reencontrarse con los propios orígenes, incluso cuando estos están marcados por la tragedia.

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El escenario no es un mero telón de fondo: las Islas Cíes y la costa gallega emergen como personajes esenciales. Simón captura su belleza agreste (el azul profundo del Atlántico, la luz dorada que acaricia las rocas, la bruma matinal que envuelve el puerto de Vigo) con una sensualidad casi táctil. Pero esta belleza no es inocente. Es el mismo paisaje que presenció el auge del narcotráfico en los años 80, la «cocaína del mar» que financió fiestas desenfrenadas y sembró una estela de muerte. La película establece un diálogo constante entre lo sublime y lo siniestro: el resplandor del sol sobre el agua contrasta con la frialdad de las miradas recelosas en la villa burguesa; el olor a yodo y sal se mezcla con el eco de palabras no dichas y el peso del desprecio social. Esta dualidad refleja perfectamente la experiencia de Marina: la atracción magnética por un lugar que es a la vez su herencia y su territorio de exclusión.

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La estructura de Romería es su columna vertebral emocional. Simón teje con maestría dos líneas temporales. Los años 80, capturados con la textura granulada y onírica del vídeo amateur doméstico. Vemos a la joven madre de Marina (interpretada por la misma actriz que la joven Marina, Llúcia Garcia, en un guiño genial) en plena efervescencia de la Movida. Es una época de libertad aparentemente ilimitada, de noches interminables, de descubrimiento del cuerpo y del deseo, pero también de sombras que acechan: las jeringuillas de heroína, la angustia existencial, la llegada silenciosa y letal del SIDA. En el 2004, con una fotografía más nítida pero car gada de melancolía, seguimos a Marina (Garcia, nuevamente deslumbrante), de 18 años, llegando a Galicia desde el otro extremo de España. Su misión oficial es un trámite burocrático; la real, reconstruir el rompecabezas de sus padres muertos.

El vínculo entre ambas épocas es el diario de la madre. La voz en off de la joven madre leyendo sus propias palabras (o la de Marina leyéndolo) no es un recurso explicativo, sino un puente íntimo. Las páginas del diario contienen sueños marítimos, confesiones de miedo, relatos de aventuras efímeras y la cruda realidad de la adicción. Este dispositivo permite a Simón evitar didactismos; la historia se revela de forma orgánica, como la descubre la protagonista, en fragmentos que el espectador debe ensamblar junto a ella. La emoción nace de esa complicidad en el descubrimiento.

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Llúcia Garcia encarna a Marina con una mezcla de fragilidad, inteligencia silenciosa y una tenacidad conmovedora. No es una heroína grandilocuente, sino una joven que observa con ojos amplios, que absorbe cada gesto, cada mirada, cada herida infligida con elegancia burguesa por la familia que la acoge con una mezcla de obligación y recelo. Garcia transmite una inmensa carga emocional con la mínima expresión: un temblor en los labios, una mirada huidiza, la forma en que su cuerpo parece querer ocupar menos espacio en ese mundo ajeno. Su belleza no es convencional; es luminosa y reflexiva, emanada de una profunda verdad interior.

Memoria y sanciónRomería

Carla Simón (2025)

La memoria significa un proceso de sanación

Encarna la promesa de vida de una generación sacrificada, tratando de entender el precio pagado por la generación anterior. Su búsqueda no es solo de respuestas, sino de un lugar donde su existencia no sea un recordatorio incómodo.

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La presentación del clan familiar es una obra maestra de dirección y montaje. Simón nos introduce en su seno durante un paseo en barco y una comida en la villa, creando una ingeniosa confusión de rostros y estallidos de voces. No hay presentaciones forza-

das; somos arrojados al torrente de sus dinámicas. Vemos la tibieza calculada de algunos tíos, la curiosidad genuina de algún primo (Nuno, un punto de apoyo potencial), la distancia glacial de la abuela, la carga de secretos apenas contenidos. Esta familia burguesa gallega es un microcosmos de la España que emergió del franquismo: próspera en apariencia, pero con cimientos car co midos por el trauma no procesado de la Movida, el narcotráfico y el SIDA. El silencio sobre el pasado, el estigma asociado a la enfermedad y la adicción, se convierten en una forma de violencia sutil pero constante hacia Marina. Simón captura la crueldad dis creta de las miradas de reojo, los comentarios apa ren temente inocuos, el peso de lo no dicho que llena las habitaciones.

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El momento más deslumbrante y arriesgado de Romería, y que justifica plenamente el calificativo de «éxtasis», es la secuencia donde Simón resucita cinematográficamente a los padres de Marina. Utilizando a Llúcia Garcia y al actor que interpreta a Nuno como jóvenes padres, la directora crea una fantasía diurna, un sueño lúcido. Vemos a la pareja feliz, bañándose desnudos en una cala solitaria, riendo en una tarde de euforia química, envueltos en una luz bañada por un velo nostálgico. Esta escena es un acto radical de amor y sanación. Es el cine usado no para documentar, sino para suplir la ausencia. Simón, cuya propia historia (huérfana de padre a los 3 años y de madre a los 6) es el espejo de la de Marina, se permite aquí desviarse de su característico naturalismo para abrazar lo onírico. Es un gesto poderoso: la

Las heridas que dejó la epidemia del VIH

creación de imágenes donde solo había vacío, como un acto de resistencia contra el olvido. Esta secuencia no es una escapatoria, sino la culminación emocional de la búsqueda, la afirmación de que, a través del arte, los fantasmas pueden ser conjurados y amados.

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Romería consolida a Simón no solo como cronista excepcional de la España rural y sus transformaciones, sino como una artista que ha encontrado una voz cinematográfica única y necesaria. Su estilo, caracterizado por una poderosa fidelidad a lo sensorial: El tacto del viento, el calor del sol, el sabor de la sal, el peso de las miradas. Todo se siente. Además, su autora transforma su dolor personal en un espejo donde muchos pueden reconocer las heridas del silencio familiar, el estigma social y la búsqueda de identidad. Como Simón declaró en una reciente entrevista: «El cine me dio la oportunidad de inventar mi propia historia y vivir en paz con mi

historia». Romería es la encarnación perfecta de esta afirmación. Es una película nacida de la imposibilidad de conocer la verdad objetiva, del «rompecabezas incompleto de la memoria». Ante este vacío, Simón no se resigna; crea. Inventa imágenes, emociones, conexiones. Y en ese acto creativo, encuentra paz y ofrece una catarsis al espectador.

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Romería no es solo la mejor película de Carla Simón hasta la fecha; es una obra maestra del cine español contemporáneo. Es una película que logra la difícil hazaña de ser profundamente íntima y universalmente resonante. Es un viaje físico y emocional inolvidable que nos sumerge en la piel de Marina, haciéndonos compartir su desorientación, su dolor, su tímida esperanza y, finalmente, su momentáneo éxtasis al reconstruir, aunque sea en la fantasía del cine, el amor de sus padres.

La fuerza de la película reside en su honestidad radical y en su fe en el poder sanador del arte y la comunidad. Simón no elude el dolor ni el silencio, pero los enfrenta con una poesía visual y emocional que convierte la experiencia en algo trascendente. La imagen final de Marina, quizás no del todo “sanada” pero sí más en paz, navegando entre dos épocas con «la frágil y tenaz gracia de un gran velero», es un emblema perfecto de la película y de la propia travesía de su directora.

Carla Simón ha llegado, efectivamente, paso a paso, con la determinación de un peregrino, a la cima de su arte, como buena parte de la crítica internacional expresó tras su paso por Cannes. Romería es su ofrenda más poderosa: un éxtasis cinematográfico que celebra la vida incluso cuando brota de las grietas de la memoria más dolorosa. Es una película necesaria, hermosa y profundamente conmovedora que no solo define la evolución de una gran cineasta, sino que ensancha los horizontes emocionales de nuestro cine. Una obra maestra, sin duda ■

Libros

SOBRE LAS BATALLAS IDEOLÓGICAS ESPAÑOLAS

ENEMIGOS ÍNTIMOS (2025)

Pablo Iglesias

Navona Editorial, Barcelona. 192 pp.

La obra de Pablo Iglesias, Enemigos Íntimos, publicada por Editorial Navona, se erige como un ejercicio intelectual de primer orden, tan original como revelador, imprescindible para comprender las dinámicas tóxicas que han marcado la política española en la última década. Con una mezcla de análisis riguroso y testimonio en primera línea, Iglesias ofrece no solo una disección de las estrategias de la derecha y la extrema derecha españolas, sino también una lúcida autocrítica sobre los errores y limitaciones de la izquierda, incluido su propio partido, Podemos.

El gran acierto del libro reside en su capacidad para desentrañar los mecanismos narrativos y operativos utilizados por sus adversarios políticos. Iglesias expone con detalle cómo se construyen relatos de demonización, se instrumentalizan instituciones o se emplean causas judiciales con fines políticos (el llamado lawfare ), ofreciendo ejemplos concretos como el «caso Dina» o la persecución judicial por presunta financiación irregular de Podemos. Este desglose va más allá del panfleto; se apoya en una observación minuciosa y aporta claves valiosas para entender la virulencia del enfrentamiento político actual.

Sin embargo, donde Enemigos Íntimos brinda su mayor valor es en su ejercicio

de autocrítica. Iglesias evita la autocomplacencia y señala con franqueza los fallos estratégicos, las divisiones internas y los problemas de comunicación que debilitaron a la izquierda transformadora. Este análisis introspectivo, a menudo ausente en la literatura política, aporta una honestidad que enriquece el texto y lo aleja del mero ajuste de cuentas.

El estilo es directo, accesible y combina el rigor académico (visible en las referencias a teóricos políticos y sociólogos) con la contundencia del que ha vivido la batalla en sus propias carnes. La prosa es ágil, incisiva en ocasiones, pero siempre sustentada en argumentos y datos. El resultado es un relato que atrapa tanto por su contenido revelador como por su tono narrativo. Más que un libro sobre enemistades personales, como podría sugerir el título, Enemigos Íntimos es una profunda reflexión sobre cómo la lógica del enfrentamiento sin cuartel, alimentada por ciertos medios y actores políticos, ha erosionado la calidad democrática y la convivencia en España. Es un diagnóstico agudo, a veces doloroso, pero necesario para quien desee entender las raíces de nuestra fractura política y,

quizás, encontrar caminos hacia su superación. Una contribución valiente y esclarecedora al debate público español. Sobre todo, al provenir de un político que aporta sus vivencias de primera mano, ofreciendo testimonios reveladores sobre los intentos de acoso y derribo que sufrió su formación política. Esto le da un tono personal, casi de memoir político, sin perder rigor analítico.

La actualidad de los debates “explorados” es otro gran valor del libro. Las reflexiones sobre nación, patria, republicanismo, laicismo, justicia social, populismo o la propia naturaleza de la democracia, que atraviesan las páginas de este trabajo, resuenan con fuerza en el presente político y cultural español. Enemigos íntimos ofrece así claves históricas indispensables para descifrar las raíces profundas de las divisiones y tensiones que aún nos atraviesan. En definitiva, se trata de un trabajo coherente y meritorio, al apostar por un pensamiento crítico, desafiante y comprometido con la pluralidad de ideas.

Pablo Iglesias

Libros

DIBUJANDO EL PASADO

HISTORIA DE JERUSALÉN (2025)

Christophe Gaultier y Vincent Lemire

Garbuix Books, Barcelona. 256 pp.

Hay un viejo olivo que hunde profundas sus raíces frente a las murallas de Jerusalén. Tiene más de 4.000 años y es el único ser vivo que sabe toda la verdad sobre las calles y edificios que se extienden bajo la colina. Se llama Zeitoun, nos saluda en varios idiomas, y ha visto caer la ciudad y renacer de sus cimientos una y otra vez. Más de las que le gustaría reconocer.

Testigo de las llamas de la fe y la radicalidad, será el narrador que nos cuente la historia de la urbe en el cómic de Lemire y Gaultier, el último fenómeno editorial en Francia. Solamente un narrador no humano, vegetal, alejado del narcisismo antropológico es capaz de realizar un viaje objetivo a través de la historia para contarnos la verdad última de las tierras de las que se nutre. Y dicha verdad, una vez terminado el recorrido temporal, es que las tres religiones monoteístas están condenadas a cohabitar un mismo espacio reducido, ya que comparten mito y razón de ser. En Jerusalén se encontraron restos arqueológicos de los reyes de la Biblia hebraica, que compartían símbolos con las religiones politeístas de los faraones egipcios, que datan del siglo VIII a.C. Los reyes judíos tendrían su esplendor en los siglos venideros, en convivencia cordial con Roma. Toda una aristocracia culta y tolerante permitirá que la ciudad de David crezca y se convierta en un referente de toda la región. En esas mismas calles tendrá lugar la

pasión de Jesús de Nazaret, crucificado en el Gólgota, dando lugar a otro mito. Es entonces cuando empezarán los desacuerdos, los conflictos urbanos y la guerra por el control de la ciudad, contando ahora con una tercera religión, la de los ismaelitas seguidores de Mahoma. Excepto contados períodos de tregua como el Tratado de Jaffa de 1229, la ciudad pasará por distintas teocracias radicales, esquilmando los lugares de culto de la religión anterior y masacrando a sus poblaciones. Napoleón querrá recuperar el lugar de culto para occidente en su campaña mun dial, y mu chos es crito-

Esta obra nos trae numerosas lecciones, nos conecta con la gran madre Historia y nos hace reflexionar sobre el presente convulso en el que vivimos. Si bien es cierto que el cómic no presenta una erudición sobre la técnica de la narrativa secuencial, ni en cuanto a dibujo ni en cuanto a puesta en viñeta, ya que las ilustraciones se limitan únicamente a ilustrar los textos sin ninguna ambición literaria, es una obra imprescindible para conocer de dónde vienen estos lodos geopolíticos en los que nos bañamos actualmente. A criterio de este humilde crítico que les habla, no se trata ni de un

res, como Flaubert y Melville, se sentirán decepcionados al caminar por la ciudad, pues allí no hay rastro de los mitos fundacionales. Solamente miseria y odio

La modernidad tampoco trae sosiego a la Ciudad Santa. Más bien al contrario, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, fue dividida por un muro que separaba la parte árabe de la judía, aumentando el odio y las diferencias entre ambas poblaciones. Yasser Arafat recuerda en una de las viñetas la paz y concordia que reinaban hasta 1948, año en que el sionismo irrumpió no solamente en Jerusalén, si-no en todo el mundo.

cómic, más bien de un libro ilustrado sobre una de las zonas clave de nuestras culturas, de la encrucijada entre oriente y occidente.

Zeitoun, el olivo milenario, narrador de esta historia, nos regala una de sus ramas para que la ONU decore su bandera. Un homenaje a manera de recordatorio de que estamos de paso, aunque traigamos barbarie e intolerancia, pero que somos efímeros, al fin y al cabo.

DEBEMOS SABER, SABREMOS

CABALLEROS, ESTO NO ES UNA CASA DE BAÑOS. CÓMO UN MATEMÁTICO CAMBIÓ EL SIGLO XX (2025)

Georg von Wallwitz

Acantilado. Barcelona. 269 pp.

Para los que no somos conocedores, es más, para los que siempre nos ha costado manejar los números, la historia de las matemáticas nos parece doblemente fascinante: por lo abstruso y por su majestuosa relevancia. Puede que no entendamos no ya los matices, sino buena parte de una compleja demostración; puede que nos resulten incomprensibles las operaciones que sustentan una fórmula, pero nos deja boquiabiertos ese abstracto mundo poblado por entes ideales y relaciones lógicas. Y la historia de las matemáticas, entretejida con la física, en el pasado siglo XX, es, sin más, deslumbrante. El siglo XX es un

Libros

siglo de revoluciones políticas, culturales, sociales y científicas. Es un siglo en el que la misma historia parece explotar, en el que la gravidez heredada de épocas pasadas revienta con furia y el pausado ritmo de la evolución parece trastocarse a lomos de la técnica y convertir nuestro tiempo en un torbellino. Todo lo sólido pierde su rigidez, como augurara Marx, y las certezas pasan a ser obsoletas rémoras de un pasado anquilosado. Ocurrió en el arte, azotado por las vanguardias hasta su disolución, ocurrió con la política, agitada por extremismos mesiánicos, por experimentos sociales, por violencias genocidas, y ocurrió con la ciencia. La filosofía cedió su cetro a los periodistas, y la verdad, la bondad y la belleza bajaron de su pedestal para distribuirse, con desigual fortuna, entre las masas. Los científicos no permanecieron ajenos a esas revoluciones. Al contrario: las protagonizaron. Uno de esos científicos al margen, en principio, de la política y del resto de distracciones que pudieran perturbar su obra, fue David Hilbert, un matemático no demasiado excéntrico que, debido a su tozudez, su genio y a las especiales circunstancias del momento, se convirtió en una especie de dinamizador de las mayores empresas teóricas del siglo. La teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, la teoría de los juegos, la cibernética son lo que son, de alguna forma, gracias a Hilbert, un matemático de Königsberg, empeñado en elaborar un sistema axiomático que blindara las matemáticas. De hecho provocó un verdadero terremoto entre los especialistas al asegurar que los fundamentos sobre los que habían trabajado durante siglos, no estaban demostrados. Habían confiado demasiado en el gran Euclides sin que, en realidad, nadie

examinara su trabajo al detalle. En el verano de 1900, en París, mientras la ciudad se volcaba en la Exposición Universal, Hilbert revolucionó la disciplina en una conferencia, que corrió por todo el mundo como la pólvora, en la que presentó una lista con 23 problemas a los que debían enfrentarse los matemáticos. No en vano su lema era: “debemos saber, sabremos”. Todo lo que admitía una formulación matemática, algo inabarcable, de hecho, era susceptible, según Hilbert, de integrarse en un sistema axiomático que operase según las leyes de la lógica. Cuando murió, Kurt Gödel había dado la puntilla teórica a su pretensión, con su teorema de la incompletitud, pero, en la práctica, como afirma von Wllwitz, “goza de excelente salud”. Entre la conferencia de París y su muerte en 1935, a los ochenta años, nos topamos con la teoría de la relatividad, de la que es, también, padre, con Minkowski, Frege, Carnap, von Newmann, Heisenberg, Turing, Dirac, Max Born… y Leibniz. Da vértigo. John von Neumann escribía: “Estoy pensando en algo mucho más importante que las bombas. Estoy pensando en computadoras”. Y no es que las bombas no fueran importantes: esos científicos fueron los responsables del desarrollo de las bombas atómicas que asolaron Hiroshima y Nagasaki. Es que estaban cambiando no ya el siglo XX: estaban alumbrando un futuro que, hoy día, solo podemos vislumbrar con una mezcla de inquietud y pasmo. Georg von Wallitz ha logrado en este breve y enjundioso libro acercarnos con amenidad, con inteligencia, a una historia muy compleja, fascinante y decisiva para nuestro presente. Matemáticas y cotidianidad. Estupendo.

Georg von Wallwitz

DESCIFRANDO EL CÓDIGO DE LA DESINTEGRACIÓN POLÍTICA

FINAL DE PARTIDA: ELITES, CONTRAÉLITES Y EL CAMINO A LA DESINTEGRACIÓN POLÍTICA (2024)

Peter Turchin

Debate, Barcelona. 368 pp.

Turchin, a través de un método que él llama Clíodinamica (De Clío, la musa de la Historia, y dinámica, la ciencia del cambio), utiliza un análisis histórico cuantitativo para explicar a lo largo de la Historia las oleadas recurrentes de inestabilidad política que se han dado, y cómo son hasta cierto punto predecibles. La última es la que estamos inmersos.

Peter Turchin señala que a periodos más o menos largos de estabilidad le suceden periodos de crisis recurrentes caracterizados por dos elementos interrelacionados: la pauperización del pueblo y la sobreproducción de las élites, lo que lleva a un enfrentamiento entre ellas, entre élites y contra-élites. En el caso norteamericano demuestra la pérdida de poder adquisitivo y la disminución del salario real de las clases trabajadoras sin título universitario, la disminución de la esperanza de vida, incluso el estancamiento en la estatura. Ello ha llevado a que la “angustia extrema” afecte al 11% de la población y a que hayan aumentado las muertes por desesperación. Todo esto se ha dado a través de la llamada “bomba de la riqueza” que extrae renta de las clases trabajadoras para llevarlas a la élite. Pero es que, además, y ahí entraría el segundo factor desencadenante, hay una sobre-

Libros

producción de élites en relación con los puestos disponibles en la misma. Esta sobreproducción se ha dado a través de un aumento de titulados universitarios muy por encima de los puestos disponibles en el “juego de las sillas” de pertenencia a la élite. Surge así una contraélite potente que hace que la inestabilidad y la crisis están servidas. Y que sólo acabará con un nuevo equilibrio. Tras décadas tal vez.

Turchin enriquece y completa las tesis de Lasch y su traición de las élites, así como de Guilluy y Todd. Si Guilluy veía monolíticas a las élites, e implícitamente indicaba que entre élites y clase aspiracional había perfecta sintonía (Todd también señalaba una élite monolítica que despreciaba al pueblo y que únicamente ha entrado en crisis por el nihilismo en el que ha caído al abandonar las creencias y la ética de la religión protestante), Turchin “evoluciona” estos planteamien tos con el enfrentamiento entre las élites.

El autor además utiliza este esquema cliodinámico a lo largo de la Historia para explicar la Guerra de Secesión norteamericana o el movimiento Taiping en China. Incluso la Revolución rusa. Indica así mismo que Stalin solucionó el tema de la sobreproducción de élites con las purgas que diezmaron a la élite bolchevique. Los periodos de estabilidad los explica en la época contemporánea como la reversión de la bomba de la riqueza y el “empobrecimiento” relativo de la élite en beneficio del pueblo. Es lo que sucedió tras la Gran Depresión en Estados Unidos y lo que ca r acterizó a los llamados “treinta años dorados”.

Turchin no tiene pelos en la lengua y no duda en indicar que uno de los factores que ha empobrecido al pueblo, en la última crisis, ha sido la inmigración masiva descontrolada y el abaratamiento de la mano de obra. Llega, desde una óptica de izquierdas a citar a Sanders cuando respondió en una entrevista en 2015 que una política de fronteras abiertas “es una propuesta de los hermanos Koch (multimillonarios ultras norteamericanos), y es algo que encantaría a todos los derechistas de Estados Unidos”.

En definitiva, un libro valiente, inteligente y potente. Un ensayo necesario.

Miguel Ángel Cerdán

Peter Turchin

Libros

EN BUSCA DEL FARO ILUSTRADO

LOS VAGABUNDOS DE LA POLÍTICA (2025)

Luis Gonzalo Díez

Galaxia Gutenberg, Barcelona. 424 pp.

En un panorama intelectual dominado por la crítica postmoderna, el relativismo absoluto y la política de la identidad, el ensayo de Luis Gonzalo Díez, Los vagabundos de la política, emerge como un ejercicio lúcido y valiente de voluntad de recuperación. Su proyecto no es solo analítico, sino fundamentalmente propositivo: se trata de una apuesta decidida por retomar los hilos de una tradición liberal ilustrada y humanista que el autor considera no solo vigente, sino necesaria como antídoto contra los males de nuestra época

El autor de Abejas sin fábula (2023) diagnostica que el ciudadano contemporáneo se ha convertido en un «vagabundo» de la política: un sujeto desorientado, huérfano de referentes sólidos y a la deriva en un mar de ideologías contradictorias, noticias falsas y un cinismo generalizado. Este vagabundeo es, para el autor, la consecuencia directa de haber abandonado los pilares del proyecto ilustrado: la razón crítica, la primacía del individuo (pero no individualista), la creencia en el progreso moral y la universalidad de los derechos humanos.

Frente a este desierto, Luis Gonzalo Díez no propone inventar algo nuevo, sino volver la mirada y recuperar ese legado. Su ensayo es, en esencia, una reivindicación del liberalismo en su sentido más clásico y noble: no como un simple ma-

nual económico de libre mercado, sino como una filosofía humanista profunda. Es el liberalismo de Carlyle, de Constant, de Locke y de Mazzini (un referente clave en el pensamiento de Díez); una tradición que pone el acento en la libertad individual como requisito para la dignidad humana, pero que entiende que esa libertad solo puede florecer dentro de un marco de ley, de diálogo racional y de responsabilidad cívica.

El mayor acierto del libro reside en su capacidad de síntesis y claridad expositiva. Díez logra trazar una línea coherente entre las ideas de los pensadores ilustrados y los desafíos del siglo XXI, argumentando que conceptos como la «mayoría de edad» kantiana (sapere aude) son hoy más relevantes que nunca para combatir la infantilización política y la manipulación.

Su crítica a las derivas posmodernas es particularmente aguda. Señala cómo el relativismo cultural extremo, al negar cualquier valor universal, puede terminar paralizando la acción política y, paradójicamente, abriendo la puerta a nuevos dogmatismos. Frente al «todo vale», Díez opone la firmeza de los principios ilustrados: la defensa de la verdad fáctica, la ética de la argumenta-

ción y la tolerancia como virtud cívica activa, no como indiferencia.

La voluntad de humanizar el liberalismo es otro pilar fundamental. El autor se esfuerza por desvincularlo de la caricatura de un individualismo frío y calculador. Por el contrario, lo presenta como la única tradición capaz de garantizar un espacio de autonomía para que el ser humano desarrolle su proyecto vital en comunidad, basado en el respeto y el reconocimiento mutuo.

Los vagabundos de la política es un libro necesario y refrescante. Luis Gonzalo Díez realiza una contribución esencial al debate público al recordarnos que las respuestas a nuestros problemas no siempre están en lo novedoso, sino en lo fundamental que hemos olvidado. Su voluntad de retomar un liberalismo ilustrado y humanista no es un acto de nostalgia, sino un gesto de resistencia intelectual. Actúa como un faro que, en medio de la niebla del presente, nos señala un puerto de racionalidad, dignidad y esperanza. Este luminoso trabajo es una invitación a dejar de vagabundear y a comenzar a construir, de nuevo, desde la firmeza de las ideas.

Luis Gonzalo Díez

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