

Suena el despertador.
RING RING RING...
—¡Arriba, niñas! Hay que ir al cole.
Dos ojos se abren primero...
—¡No, mamá! Cinco minutitos más...
—replica Cata, enterrando la cara en la almohada.
—Venga, arriba, Cata, no tengo ganas de llegar otra vez tarde por tu culpa —dice Lina, destapando a su hermana con impaciencia.
—Tú siempre igual, Lina. Tan iguales y tan distintas —murmura Cata con un gesto molesto, incorporándose a regañadientes.
Las dos niñas bajan a la cocina, donde Max, su padre, les ha preparado el desayuno. Engullen leche y galletas con prisa mientras su madre, Cielo, las espera en el coche para llevarlas al colegio. En el cole todo transcurre como un día más. Aunque son mellizas, Cata y Lina son muy distintas. Cata se pasa el día mirando a las musarañas mientras que Lina presta atención y regaña por lo bajini a su hermana para que se concentre. Físicamente se parecen mucho: piel morena, cabello oscuro y ojos marrones. Pero en personalidad son como la noche y el día. Cata es un torbellino. Su pelo liso, recogido en una media coleta que Cielo llama «el lago de los cisnes», rara vez está en su sitio, porque siempre está enredada en alguna travesura. Su mochila es un caos, su escritorio está lleno de gara-

batos y dibujos, y aunque ella insiste en que todo está justo donde lo dejó, nunca encuentra nada; sin embargo, es risueña, creativa, y tiene una facilidad asombrosa para hacer amigos.
Lina, en cambio, es organizada y metódica. Su cabello rizado azabache le cae por la espalda y ella lo cuida con esmero.
Si le preguntan, dirá que sus ojos se ven verdes cuando mira al sol. Es buena en todo lo que se propone: deportes, estudios, amistades... excepto en dibujar. Ahí siempre necesita la ayuda de su hermana.
Al final del día, Cielo las recoge y las lleva a casa del abuelo Chinto para merendar.
La visita al abuelo es su momento favorito del día. Se sientan en el salón mientras disfrutan del pan con chocolate que les ha preparado y escuchan, embelesadas, las historias del abuelo sobre otros mundos.

—El mundo de Vagotierra era un lugar lleno de vida. La ciudad de Soñadora era la más bonita de todo el mundo —cuenta el abuelo con voz misteriosa—, pero un día la Pereza se apoderó de sus habitantes y los convirtió en Vagotes. Solo los Soñadores pudieron resistir, luchando para mantener sus sueños vivos...
Cata y Lina escuchan sin parpadear, como si cada palabra del abuelo fuera un hechizo.
—Abuelo Chinto, ¿crees que algún día podremos vivir aventuras como las tuyas? —pregunta Lina con ilusión. El abuelo sonríe, con un brillo cómplice en los ojos.
—Antes de lo que esperas, nietina.
DING DONG. Llaman a la puerta.
—¡Hola, papá! Vengo a por las niñas. ¿Ya las tienes hipnotizadas con tus
cuentos de mundos secretos? —bromea Max.
—Papá, papá, el abuelo Chinto es un aventurero de verdad —dice Cata emocionada.
—Lo sé, Cata. Sus historias siempre son las mejores.
Tras abrazos y despedidas, las mellizas se van a casa sin sospechar que, muy pronto, vivirán su propia historia.

—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños
feliz, os deseamos todos, cumpleaños feliz! —cantaban Cielo y Max con entusiasmo, mientras el abuelo daba palmas al ritmo de la música.
Cata y Lina abrieron los ojos de golpe.
—¡Doce años! —gritó Cata, saltando de la cama.
—¡A por los regalos! —exclamó Lina, siguiéndola de cerca.
Ambas bajaron corriendo al salón, donde les esperaba una mesa llena de paquetes envueltos con papeles de colores. Entre ropa, libros y juguetes, un pequeño paquete envuelto en terciopelo verde captó su atención.

