

1. LAS IMÁGENES EN LA IGLESIA
Algunas personas, apoyándose en la cita del (Éxodo 20,4-5) afirman que la Biblia prohíbe imágenes. Otros aseguran que los católicos, por tener imágenes en sus lugares de oración, son idólatras porque Dios prohíbe imágenes.
Para abordar este tema debemos responder a las siguientes preguntas: ¿es cierto que la Biblia prohíbe hacer Imágenes?, ¿cómo es Dios?, ¿tiene ojos, boca?, ¿tiene sentimientos?, ¿las imágenes de los católicos son dioses o son solo representaciones?
Antes que nada, deberíamos hacernos esta otra pregunta: ¿Dios está celoso de una imagen o de otros dioses? La respuesta está antes de los versículos señalados en el párrafo anterior, en Éxodo 20,3: «no tendrás otros dioses fuera de mí», de modo que Dios no prohíbe imágenes, sino imágenes de dioses y la creencia en estas como tal (idolatría); por lo tanto, Dios no puede tener celos de imágenes porque no es imagen. Dios es Dios y tiene celos de otros dioses. Si así fuera estarían prohibidas las fotografías, las pinturas, los dibujos de los libros, las imágenes de televisión, etc.
En el libro del Éxodo leemos: «no te arrodillarás ante otro Dios, pues Yahvé es un Dios celoso…» (Éxodo 34,14). Esto deja claro lo que ya señalamos, que Dios no está celoso de las imágenes, sino de dioses, pues prohíbe arrodillarse ante otros dioses.
Por otro lado, si Dios prohíbe a Moisés y al pueblo de Israel hacer imágenes, ¿cómo es que le ordena al mismo Moisés crear imágenes? No tiene sentido. La Biblia está llena de escritos donde Dios manda a las personas a hacer imágenes.
En números Dios manda hacer una imagen de serpiente de bronce: «… y Yahvé le dijo a Moisés: Hazte una serpiente-ardiente y colócala en un poste. El que haya sido mordido, al verla sanará». (Números 21,8).
En el capítulo 25 del Éxodo, Dios manda construir imágenes de querubines sobre el centro del arca.
«Así mismo, harás dos querubines de oro macizo y los pondrás en los extremos de la cubierta. Pondrás un querubín en una extremidad y el otro en la otra; formarán un solo cuerpo con la cubierta…». (Éxodo 25, 18 ss.).
En el versículo 22 del capítulo del Éxodo presentado, Dios señala que allí se dará cita con Moisés para darle las órdenes referentes a los hijos de Israel. En este mismo libro del Éxodo, Dios manda a Moisés adornar la morada con imágenes de querubines.
«La morada tendrá que ser hecha de diez cortinas de lino fino de color jacinto morado y rojo, adornadas con querubines». (Éxodo 26,1).
Asimismo, Dios, en el capítulo 6 del primer libro de Reyes, al dictar las indicaciones en la construcción de su templo, manda al rey Salomón adornarlo con imágenes.
«Dentro del lugar santísimo, puso dos querubines hechos de madera de olivo silvestre, de cinco metros de alto». (I Reyes 6,23).
En los siguientes versículos del capítulo 6 del mismo libro de Reyes, Dios manda decorar las paredes con imágenes de seres alados.
«Las paredes de la casa fueron esculpidas en todo su contorno, con figuras de querubines… Hizo la puerta del lugar santísimo de madera de olivo silvestre… esculpió en ellas figuras de palmas y guirnaldas de flores, y revistió con oro tanto los querubines como las palmas». (I Reyes 6,29, 31-35).
Algunos, por otro lado, afirman que arrodillarse ante una imagen es adoración. Estos deben saber que no se puede determinar si se está adorando o no por la actitud corporal que adoptamos. Podemos orar a Dios de pie, acostados, sentados, arrodillados, etc. Pues, Dios es espíritu y los que le adoran lo hacen en espíritu y en verdad.. En el libro de Josué el pueblo de Israel se postró ante el arca1 del Señor.
«Entonces Josué y todos los jefes de Israel rasgaron los vestidos, se cubrieron de ceniza la cabeza y permanecieron postrados delante del arca de Yahvé hasta la tarde». (Josué 7, 6).
Josué y su pueblo se postran ante el arca. Bien se sabe que el arca de la alianza no era Dios, sino que contenía objetos que representaban a Dios.
1El contenido del arca (hebreos 9,4)
En definitiva, el problema no está en tener imágenes, sino pensar que la imagen es Dios, que es lo que llamamos idolatría. Las imágenes transmiten lo que no pueden decir las palabras y son la Biblia de los que no leen. Detrás de una imagen está la realidad que representa. Por otra parte, muchos escritores sagrados presentan retratos de Dios en las sagradas escrituras (retratos hablados que mencionan sentidos de Dios). Algunos de estos se pueden encontrar en las citas: Amós 9, 4 (tendré mis ojos en ellos); Amós 9, 2 (los sacará mi mano); Deuteronomio 9, 10 (escritas por el dedo de Dios); Nahúm 1, 3 (camina entre tempestades y las nubes son el polvo de sus pies); Éxodo 33, 23 (después sacaré mi mano y tú entonces verás mi espalda; pero mi cara no se puede ver), etc. Todo esto son retratos hablados de Dios, y eso nos muestra que el ser humano no puede pensar en un Dios sin tener una idea (imagen) de Él, de modo que imaginamos a Dios a través de su imagen que es el hombre2. Toda esa representación literal se hace visible en la persona de Cristo. Juan 1, 1 (la palabra era Dios); Juan 1, 14 (la palabra se hizo hombre); Col 1, 15 (Él es la imagen del Dios invisible). Así, el mismo Jesús nos dice: «el que me ve a mí ha visto al Padre3». Tanto los retratos escritos como los hablados son imágenes de la persona. la imagen es para la vista lo que la palabra es para el oído.
Por tanto, al venerar una imagen no se venera a la imagen en sí, sino a la persona que está tras la imagen. Es lo que pasa cuando se adora al niño Jesús en Navidad o a la cruz en Pascua.
Se adora al niño y no a la imagen. La razón de esta adoración está en Mateo 1, 23 ss., que dice que el niño es el Emanuel (Dios con nosotros), de modo que el niño es Dios. Por eso nos acercamos al pesebre convencidos de que Jesús niño es Dios.
Se debe aclarar que no se adora a la cruz, sino al misterio de la santa cruz, que es que Dios quiso morir en la cruz por nosotros. Escándalo para unos y necedad para otros; pero, para nosotros, fuerza y poder de Dios (1 Corintios 1:18-25).
2Génesis 1, 26 ss
3Juan 14,9
En los dos casos mencionados se adora a Cristo que nace en un pesebre y muere en la cruz por nuestros pecados. Resaltar que no solo es idolatría adorar a falsos dioses, también lo es, como se refleja en Colosenses 3,5, la codicia.
En definitiva, Dios no prohíbe imágenes, sino idolatría; esto es, adorar a falsos Dioses. Si colocas una imagen o cualquier otro objeto en el lugar de Dios, estás sustituyendo a Dios por ese objeto, eso es idolatría, es lo que prohíbe Dios, no las imágenes, pues conoce la utilidad que tiene la imagen en la vida del ser humano, que es acercarnos a él.
2. LA CRUZ
Otro de los temas que crea debates entre las Iglesias cristianas es el de la cruz. Algunos dicen que la cruz es una maldición, es signo de muerte, es el arma que mató a Cristo, nuestro salvador. Otros la consideran como signo de salvación, el instrumento por medio del cual se redimió al mundo.
Mucho antes de que naciera Cristo ya existía la muerte por crucifixión. El filósofo romano Cicerón lo calificó como el castigo más «cruel y aterrador» que podía existir. Era una combinación de espectáculo, absoluta humillación y crueldad para infundir el terror en la población. Pero ¿es este el significado de la cruz para los cristianos? ¿La cruz es en realidad señal de muerte?, ¿llevar la cruz en el pecho equivale a llevar las penas que soportó Cristo? No he encontrado un párrafo bíblico que se refiera a la cruz como signo de muerte, de pecado o de maldición.
La Biblia, en el libro de Gálatas, no dice que la cruz sea maldita, sino el que muere en la cruz: «pero Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, al hacerse maldición por nosotros, como dice la escritura: Maldito el que está colgado de un madero». (Gálatas 3,13).
Por el pecado estábamos destinados a morir, pero Cristo se ofreció a morir por nosotros, se hizo maldición en la cruz. Cristo, al morir en la cruz, asumió nuestra maldición y la destruyó transformando a la cruz en señal de salvación, victoria, de poderío, pues hasta el diablo tiembla al ver la cruz donde fue vencido por el Salvador. Con la muerte de Jesús en la cruz recibimos vida. La cruz es considerada el altar donde se sacrificó el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Si la sangre de un animal aplacaba la ira divina y santificaba todo lo que fuera untado por ella, con más razón la sangre del cordero divino que chorreó en la cruz, la santificó y purificó. Pues la cruz no fue la que mató a Cristo, sino nuestros pecados. Tal es la interpretación que el apóstol san Pedro hace de la cruz de Cristo:
«Él cargó con nuestros pecados en la cruz, para que, muertos nuestros pecados, empezáramos una vida santa». (1 Pedro 2,24).
La cruz se convirtió en el trono que sostenía al hijo del Dios vivo mientras redimía a la humanidad de sus culpas y pecados. Palabras parecidas pronuncia el apóstol san Pablo a los Colosenses, refiriéndose a la cruz como el trono donde nuestras vidas cambiaron para bien.
«Anuló el comprobante de nuestra deuda, esos mandamientos que nos acusaban; lo clavó en la cruz y lo suprimió. Les quitó su poder a las autoridades del mundo superior, las humilló ante la faz del mundo, y las llevó como prisioneros en el cortejo triunfal de la cruz». (Colosenses 2,14-15).
Por esas palabras de san Pablo la cruz es, ciertamente, signo de salvación y de triunfo, es «cortejo triunfal», y por ello se refiere a ella como «fuerza de Dios», como resalta en su primera carta a los corintios.
«Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes… Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles…; porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres». (I Corintios 1, 18-25)
Como a uno de los malhechores que colgaban junto a Cristo debemos aceptar la cruz y al crucificado para ganar el cielo, de lo contrario, perderemos la salvación y heredaremos el infierno. Pues la cruz es locura para los que se pierden.
También está escrito en el libro de efesios que la cruz fue el arma que utilizó Cristo para destruir al diablo. En ella fue destruido el poder de la muerte, el odio, el pecado.
«Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los Mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con
Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad». (efesios 2, 14-16).
Cristo destruyó la maldad en la cruz e hizo de los dos pueblos uno solo, instaurando la paz y la concordia para que tengamos vida. Cristo no fue vencido en la cruz, sino que fue vencedor. Es por lo que Pablo, en el libro de Gálatas, se siente orgulloso de la cruz de Cristo.
«En cuanto a mí, ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!». (Gálatas 6, 14).
También hemos de sentirnos orgullosos de la cruz de Cristo como san Pablo. El mismo Jesús nos manda cargar nuestras cruces en el libro de Mateo:
«El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí». (Mateo 10, 38).
La cruz nos conduce a Cristo. Por eso llevamos la cruz en el pecho, símbolo externo del querer tomar la cruz y seguir al Maestro que nos formula tal invitación. De modo que, llevar la Cruz no es, en este sentido, llevar las penas y los dolores que padeció Cristo, sino llevar el instrumento de nuestra salvación, el instrumento por el que Cristo nos salvó y nos mandó cargar para alcanzar dicha salvación. Ciertamente, si la cruz fuera maldita Cristo no la hubiera tomado como símbolo de salvación para quienes le siguen. Es innegable que se refiere a nuestras cruces de cada día; no obstante, esas representan a la que él cargó.
San Pablo, por otro lado, señala que los que viven como enemigos de la cruz de Cristo tienen como fin la perdición.
«Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra». (Filipenses 3,18-19).
Muchos viven como enemigos de la cruz porque la conciben como cosa de la tierra y la ven como la miraban en la antigua Roma, como castigo, extrema crueldad… etc. Su fin es la perdición porque no aceptan la cruz de Cristo.
Por otra parte, en tiempos de los profetas, mucho antes del nacimiento de Cristo, Dios ya utilizaba la cruz como señal de salvación.
«…y Yahveh le dijo: “Pasa por la ciudad, por Jerusalén, y marca una cruz en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella”. Y a los otros oí que les dijo: “Recorred la ciudad detrás de él y herid. No tengáis una mirada de piedad, no perdonéis; a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres matadlos hasta que no quede uno. Pero al que lleve la cruz en la frente, no le toquéis”». (Ezequiel 9,4-6a).
En conclusión, la cruz es el símbolo del cristiano, es la señal que resume la salvación de la humanidad del pecado, es un mensaje divino del fortalecimiento de la fe resumido en una imagen. La cruz es señal, pero no de muerte, sino de vida.
3. LA CONFESIÓN
En este punto, al hablar de confesión, nos referimos al sacramento de la conversión. El catecismo de la Iglesia Católica Nº 1422 lo define como: «El sacramento por el que los penitentes obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones».
Doctrinas ajenas a la Iglesia afirman que no debemos confesarnos ante un hombre porque no tiene sentido confesarse ante nadie teniendo a Dios. Basta hablar directamente a Dios, presentarle tus culpas, pedirle perdón y Él, en su infinita misericordia, te perdonará, pues solo Él tiene poder para perdonar los pecados. ¡Cómo confesar ante un hombre que es pecador como yo! Antes que nada, manifiesto que no he encontrado en toda la Biblia una cita donde Dios prohíbe confesar los pecados ante los hombres. Nuestro cometido en este punto es descubrir qué enseña la palabra de Dios sobre tal cuestión, mostrar con la Biblia donde aparece que debemos confesar los pecados ante los hombres, mostrar donde Dios les da poder a los hombres para perdonar los pecados en su nombre.
En el Antiguo Testamento, Dios manda a su pueblo confesar los pecados con un hombre (sacerdote).
«El que es culpable en uno de estos casos confesará aquello en que ha pecado, y como sacrificio de reparación por el pecado cometido, llevará a Yahveh una hembra de ganado menor, oveja o cabra, como sacrificio por el pecado. Y el sacerdote hará por él expiación de su pecado». (Levítico 5, 5-6).
El Señor establece que quien comete un pecado voluntaria o involuntariamente deberá confesarse ante el sacerdote, conversar y ofrecer un sacrificio por tales pecados. La Biblia resalta que es el sacerdote
